Los Noventa de Fidel
Fidel lleva soportándose a sí mismo noventa años y su régimen ha sido largo y extenuante
Alfredo Taján
Jueves, 18 de agosto 2016, 08:05
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Alfredo Taján
Jueves, 18 de agosto 2016, 08:05
Mi amiga Myriam -cubana y residente en Marbella desde hace quince años- me dice que en el corazón de los cubanos el Comandante ya no cabe. Que habitaba ese corazón hace años, cuando Fulgencio «robó los dólares que se llevó volando la madrugada del uno de enero del cincuenta y nueve»; a pesar de todo, insiste Myriam, «en el corazón de los cubanos el Comandante ya es pasado, es Historia», aunque ahora se empeñara el ejército en mantener la situación tal cual nació cincuenta y siete años atrás, la suerte está echada. Fidel ha tenido una existencia muy baqueteada, con más de cien atentados frustrados, «pero mira qué resistencia tiene el viejo -me dice Myriam con los ojos como platos-, que el demonio, mijo, cumplió noventa años el trece de agosto»; ningún cubano olvida que Castro entró en La Habana tras luchar como una fiera, acompañado de otras fieras -el Ché, Cienfuegos y Huber Matos-, contra un régimen de oprobio, luego se les fueron yendo al otro barrio los demás compañeros, como a Franco se le fueron Mola y Sanjurjo en el momento justo; Fidel se apoderó de La Habana y, poco a poco, fue instaurando una dictadura marxista-leninista de glorioso catálogo, eso sí, con sus pequeños toques nacionalistas y mistéricos para aplacar las ansias de un Caribe que fue frontera imperial, no sé si frontera imperial española, inglesa o francesa, habría que preguntárselo, si viviera, a Alejo Carpentier, el embajador cubano-parisino, autor de 'El siglo de las luces', un comunista de lujo o un lujo de comunista. Desde luego su estilo literario le permitía describir como nadie los vestidos perlados de Paulina Bonaparte, si me lo permite otro escritor cubano, José Lezama Lima, el más grande.
Fidel lleva soportándose a sí mismo noventa años y su régimen ha sido largo y extenuante. Desde el principio no engañó a nadie, lo que ocurrió es que muchos no quisieron ni oírlo ni verlo. Ya en el 61 gritó que las ejecuciones continuarían, y continuaron, no sólo las ejecuciones sumarias, sino también los encarcelamientos, delaciones y persecuciones a intelectuales y artistas, una legión de músicos. No digamos el acoso que sufrió la inmensa minoría compuesta por la disidencia negra, las prostitutas y homosexuales, esa escoria, aseguraba. Cuando estas características se unían en un individuo lo mejor era largarse, como fue el caso del novelista Reinaldo Arenas, al que el poeta Rafael Rosado publicó, con toda la valentía del mundo, en su adelantada editorial malagueña 'Dador', y logró atraer a Málaga para que lo disfrutáramos unos pocos, como Sofía Lancha y yo. Precisamente en el coche de Sofía viajamos a Ronda, y él se rindió ante el rococó de los palacios y las iglesias rondeñas. Meses después nos enteramos de su suicidio en Nueva York; lo hizo para impedir que el sida no cumpliera su cometido «antes que anocheciera»; aprovecho para hacer, en coda final, un fugaz homenaje a la literatura cubana con Reinaldo, el hoy olvidado Severo Sarduy, José Triana, Cabrera Infante, y tantos otros que han desaparecido, mientras Fidel, si nos descuidamos, cumple otros noventa años. Entonces, mi «amol», que Dios nos pille confesados.
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