JOHAN CRUYFF
PEDRO RAMÍREZ
Domingo, 27 de marzo 2016, 10:14
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PEDRO RAMÍREZ
Domingo, 27 de marzo 2016, 10:14
En el imaginario colectivo somos todos mejores una vez que nos hemos muerto, cuando ya solo quedamos en el recuerdo... ¡Qué le vamos a hacer! Hay que asumir que en nuestra estancia entre los vivos, por mucho que les gustemos a algunos, siempre quedará alguien a quien molestemos o, cuanto menos, a quien no le hagamos tanta gracia. Quizás es que una vez nos hayamos ido resulte más fácil perdonarnos, reconocer las cualidades de cada cual o incluso llegar a admitir que no éramos tan malos como parecía.
La muerte nos conmueve a la mayoría (por supuesto excluyendo a los yihadistas, terroristas en general, indolentes en particular o asesinos en serie) y nos aúna a la hora de rendir tributo a la memoria del difunto en un impulso tan humano como real de solidaridad y de compasión (aunque haya sido uno del eterno rival). No deja de ser, como si quisiéramos sintetizar, de forma tan simple, toda una vida en un condescendiente veredicto final durante esa especie de tregua que, sobre todo antiguamente, llamábamos luto.
Desde luego Johan Cruyff no era uno de esos tipos que caía bien a todo el mundo, porque nunca dejó indiferente a nadie, ya fuera por su extraordinario juego, por su carácter indomable y fuerte personalidad; por la decidida defensa de sus intereses e intenciones cuando ello lo requería, por sus brillantes propuestas deportivas como entrenador, o porque hablaba muy claro en ese ininteligible 'spanishneerlandés' que practicaba y en el que opinaba de lo que quería, incluso de política, sin importarle nada lo que pudiesen pensar los demás, sin pelos en la lengua.
En estos días, y como no podía ser de otra manera, su muerte ha unido al fútbol y al deporte mundial en el reconocimiento unánime al verdadero 'crack' del fútbol que era, por su sentido inequívoco del espectáculo, de lo bello como verdadera garantía del éxito y de su futuro, de lo imprescindible de poner la inteligencia al servicio del deporte, de saber engrandecer y dar su verdadera dimensión al talento por encima de la fuerza bruta.... Y de todo aquello de lo que fue capaz de impregnarle.
Nos guste mas o menos este deporte, debemos reconocer que lo ennobleció, que lo mejoró para las generaciones que le siguieron y que muy posiblemente fue quien puso el germen que hizo grande al Barcelona y al fútbol español en el preludio de sus mejores y grandes éxitos: Una manera de entender el juego casi denostada y ahora, sin embargo, admirada y seguida que reivindicaba el dominio del balón, la capacidad para compartirlo, la habilidad, la elegancia y el genio por encima de todo.
Cruyff ha sido y será ya para siempre una figura imprescindible para poder entender el fútbol actual y lo que le exigimos, para entender la propia impronta del deportista profesional, un genio en lo suyo que cambió el destino del Barcelona y de la selección española, dejando para el deporte un legado imborrable e imprescindible, el que dejan los ganadores, los innovadores, los que se rebelan y no se conforman nunca, el de los que saben interpretar lo que los demás solo podemos soñar.... El de los verdaderos 'cracks'.
De parte de los que amamos el deporte, ¡muchas gracias, Johan!
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