Cruyff

El amigo Ramón Besa me llevó hace un par de años a conocer la casa de Cruyff en la urbanización El Montanya. Me sentí como si visitara el lugar donde transcurre la película que más me ha gustado o entrara en el estudio de mi escritor favorito. Ningún muro rodeaba la casa, estaba abierta al campo y a través de las ventanas podía uno asomarse al interior. No existían secretos ni barreras. Ahora que lo pienso, aquella imagen era una metáfora de su manera de entender el fútbol, como si el terreno de juego fuera un destino de vacaciones al que se va a divertirse, lejos de la rutina y las tensiones de la vida cotidiana. Luego almorzamos en El Estanyol, el restaurante al que solía acudir Cruyff. Allí, junto al parque Natural del Montseny, se fraguó el 'Dream Team'. Un espacio maravilloso que inspiró el 'equipo soñado'.

Johan Cruyff jugó en el Barcelona los cinco años que yo estuve en la Universidad de Granada estudiando una carrera que nunca ejerceré. Los dos somos de la promoción 1973-1978. Entonces aprendí algo fundamental que Cruyff ha proclamado siempre: la importancia de la creatividad. No hay que considerar la creación artística como un dolor, sino como un placer. Mientras otros entrenadores implantaban con rigor sus sistemas de juego, los jugadores del Barça eran los únicos que se dedicaban a hacer 'rondos'. El juego tosco y previsible dejaba paso al ingenio. La pizarra se transformaba en un lienzo en blanco. La inspiración no conoce límites. El maestro holandés nos enseñó a descubrir el arte del fútbol. Desde entonces, existe un estilo de juego que no declina, sino todo lo contrario. Johan Cruyff no se irá nunca porque la memoria colectiva lo mantendrá con aplausos en el terreno de juego.