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José Antonio Garriga Vela
Sábado, 12 de marzo 2016, 00:10
Me conmueve la noticia de la mujer de Xian que han encontrado muerta tras pasar un mes encerrada en el ascensor. Vivía sola y tenía cuarenta y tres años, poco más se sabe de ella. Un día cogió el ascensor para subir o bajar de su vivienda y el aparato se detuvo entre los pisos diez y once. Después acudieron dos operarios de la empresa de mantenimiento y cortaron el sistema eléctrico. Dicen que preguntaron a gritos si había alguien dentro, pero nadie contestó. No abrieron la puerta para comprobarlo. La reparación se ha postergado por coincidir con la celebración del Año Nuevo Lunar. Al entrar en el ascensor, la mujer sin nombre no podía sospechar que estaba introduciéndose en su propio féretro.
El otro día quedó resuelta la avería y al abrir la puerta del ascensor descubrieron el cadáver. Nadie había echado de menos a la mujer durante todo ese tiempo. Ni un familiar, ni un vecino, ni un amigo... Nadie, absolutamente nadie. Una de las vecinas declaró haber visto los destrozos causados por la víctima. Los arañazos en las paredes metálicas, quizás el espejo roto, poco más. Apenas caben objetos en este lugar tan gélido y estrecho como un ataúd con capacidad para tres o cuatro personas. Imagino a la mujer desesperada gritando en la oscuridad mientras pulsaba la alarma y el resto de los botones hasta caer rendida. Las horas transcurrían lentas, infinitas, y a la vez definitivas. Así un día y otro día, semanas enteras, aprisionada en una máquina fuera del tiempo. La mujer de Xian conoció el infierno antes de morir.
Me pregunto si tiene familia; si hay alguien en el mundo que la quiera; si en el mismo rellano, en la puerta de enfrente del piso que ella ocupaba, viven otros inquilinos; si trabajaba en algo; si salía a correr por las calles de Xian; si iba al cine; si sacaba a pasear al perro; si en vez de perro poseía otra mascota: un gato, un pájaro, un pez de colores, cualquier animal de compañía que también haya muerto a solas; si durante el largo periodo de ausencia tenía señalada en la agenda alguna cita a la que nunca acudió y por qué la otra persona permaneció indiferente. ¿Acaso no tenía teléfono, ni correo electrónico, ni nada con qué comunicarse? A lo mejor sólo salió de casa para comprar algo en la tienda de enfrente y no consideró necesario coger el móvil. Me hago todas estas preguntas y trato de encontrar algún detalle esperanzador. Una pista que absuelva a todos los sospechosos de cometer homicidio negligente. No existe coartada para la indolencia. No quiero ni pensar que estamos solos en la vida como la mujer de Xian.
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