Yo también he tenido una amiga sincera en la adolescencia, de esas que sin que les pidas opinión te sueltan cuando ya has salido de casa que ese peinado te queda regular, pero que te lo dice desde el cariño, porque quiere ser honesta contigo. Y todavía habrá que darle las gracias. Probablemente, ahora esa examiga comparta sus pensamientos sinceros con la humanidad a través de las redes sociales. Antes se llamaban personas tóxicas, ahora son perfiles activos e incisivos, que entran a todo lo que se mueva, especialmente en Twitter, con la esperanza de dejar en evidencia o, simplemente, criticar a cualquier persona con relevancia pública. Cuanta más tenga, más ganas de meterle un zasca.

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El último ha sido Dani Rovira. El malagueño ha demostrado que le falta cintura para encajar críticas y pasar un poco de todo. Los famosos tienen que ser conscientes de que triunfan gracias a ese mismo público que está esperando que cometan un error, metan la pata o, simplemente sean un poco menos ingeniosos para masacrarles. La gala de los Goya de este año me pareció más aburrida que la del anterior, los chistes menos graciosos y algún comentario se lo podía haber ahorrado.

Pero entre estar expuesto a críticas porque haces un trabajo público y que te estén esperando con la escopeta cargada para disparar sin piedad ante cualquier resquicio de resbalón hay una enorme diferencia. Y la balanza se inclina cada vez más hacia lo segundo.

Es sencillo y hasta agradable posar en una foto junto a un presunto admirador que te felicita porque le gusta tu trabajo la primera vez. Hacerlo cada vez que pisas la calle tiene que ser aburrido y requiere entrenamiento. Pero encontrarte un pararazzi en cada ciudadano que desenfunda su smartphone cuando estás comiendo con tu novia en un restaurante, discutiendo con tu hermano por la calle o tumbado a la bartola en la playa, y enfrentarse a una avalancha de crispación en las redes sociales me parece insoportable y no está pagado.

Hay que asumir que resulta casi imposible ser políticamente correcto, gracioso, gustar a todos y parecer espontáneo durante cuatro horas, sobre todo cuando ya lo has conseguido una vez, pero tampoco se trata de hacer un drama. Es como si a un actor que le dan un Goya en la gala del año anterior hubiera que lapidarle porque está nominado, pero no gana la vez siguiente.

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