Mereció el Málaga como mínimo un punto frente al Barcelona, el equipo más laureado del mundo en los últimos tiempos. Pero dos descuidos defensivos dieron al traste con el descomunal trabajo que llevaron a cabo los jugadores blanquiazules durante todo el partido. En el césped de La Rosaleda quedó de nuevo de manifiesto lo bien que se les dan a las huestes de Gracia los equipos de la parte alta de la clasificación. Si ante el Sevilla merecieron no solo empatar, sino ganar (solo la actuación del árbitro Estrada Fernández lo impidió), frente al equipo azulgrana dieron una nueva lección de saber estar en un terreno de juego. Con algunos de los mejores futbolistas del orbe como testigos, el Málaga se ganó a pulso la gran ovación con la que su afición lo despidió. Si después de una derrota te aplauden a rabiar, es que algo (o mucho) has hecho bien. El conjunto de Martiricos redondeó un gran partido, con múltiples detalles a destacar. El primero, que supo sobreponerse al mazazo que supuso encajar el 0-1 a los 65 segundos de juego (por cierto, el gol no debió subir al marcador, porque Suárez recibe en fuera de juego el balón que le envía Arda Turan), a lo que se añade la magnitud del rival. El segundo, que no desfalleció. El tercero, que mantuvo la cabeza alta ante un rival de superior calidad, y el cuarto, que acorraló y atosigó al Barcelona hasta el punto de lograr el empate antes del descanso. El 1-1 llegó fruto de una agobiante presión bien urdida desde el banquillo y mejor ejecutada por todos los jugadores. La tela de araña blanquiazul fue engullendo a un Barcelona que intentaba salir de su cueva con el balón controlado, pero que se vio obligado a recular hasta que dio un pelotazo. Recuperado el balón por Camacho, este se lo ofreció a Chory Castro, que combinó con Charles, y este con Juanpi, que resolvió en el área como un avezado ariete.

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