Hace unas semanas leí en una misma hoja de un diario local dos artículos con el mismo protagonista: Francisco Pomares. Los traigo a colación porque o la prensa es realmente injusta y subjetiva con nuestro concejal o estamos ante el paradigma de un trastorno disociativo de la personalidad, algo parecido al protagonista de la famosa novela de Stevenson del Dr. Jekyll and Mr. Hyde. Aquella página del diario plasmaba el trastorno tal y como suele suceder en las personas que lo padecen, y es mediante un cambio abrupto de la personalidad. Lo de abrupto lo digo porque era a renglón seguido.
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En el primer artículo nos relataba cómo el concejal de Ordenación del Territorio y Vivienda se despachaba hace un mes con un mea culpa para evitar ser reprobado por los grupos de la oposición por el despilfarro económico de las obras de la plaza de calle Camas al llevarse el tema a la mesa en la Comisión de Ordenación del Territorio. Así y echándole la culpa a el director de la obra de la plaza de Camas (que según él sufrió su ira y su reproche) se resarcía de la pérdida de nuestro dinero. Pero en el segundo artículo, y a renglón seguido como digo, hacía justicia, y defendía el interés general desde su fortaleza (la Gerencia Municipal de Urbanismo, Obras e Infraestructura) contra la promotora del Hotel Miramar por alteración del procedimiento reglado por un tema de conservación del edificio. Pero el periódico, que no cejaba en su intento por que conociéramos de una manera redonda la personalidad del protagonista, transcribía una frase suya: «Con los vecinos tengo corazón de madre, pero conmigo mismo tengo corazón de juez».
Después de leer esto, es difícil no soltar ningún taco, pero yendo al grano, nos damos cuenta que no es necesario irnos a los casos más populares fuera de nuestra comarca para ver cómo un político hace un mal uso de nuestro dinero, ya sea por incapacidad personal o por otros motivos, que a todos los efectos es como si nos robaran. Y lo peor es que siga ahí vivito y coleando en la ciénaga de la política. Qué habrá en el pantano para que nadie quiera abandonarlo. ¿Habría que desecar el lodazal? No lo sé, pero lo que es tremendo es lo que cuesta que alguien se baje de la poltrona y ya no digo que se vaya por motu proprio sino que el que se halla por encima no lo destituya ipso facto.
Y como la historia va de dualidades nos vamos a otra nueva plaza todavía sin nombre pero no anónima (plaza de Pomares, y no lo digo yo), a la que ya he oído llamar como: plaza de las Arquetas, plaza Grip, plaza Negra, plaza de las Manchas, plaza Chorreón, incluso plaza Camaleón, pues duró con el color original una mañana. Una plaza con piedras de Sierra Elvira abujardadas para que no resbalen como el resto de calles del centro y muy especialmente calle Larios, pero que absorba toda la mugre que somos capaces de producir. Diseñada con la sensibilidad suficiente que cabe en la elección del espesor de 15-20 centímetros de cada una de las piezas (a 150 ¤ cada una de ellas según las malas lenguas) y con la insensibilidad urbana y la compasión a las arquetas de gas de Sevillana, de Emasa... Quise contarlas, pero no tuve tiempo. Las compañías imponen sus registros como lunares cancerígenos, y todos tan contentos, a ver quién les tose. En estos pequeños detalles está lo magnánimo pero también lo más indigno de nosotros.
Parece que en calle Cañón se ha puesto especial empeño en tirar el dinero en unos bloques de piedra con un espesor más propio de la Roma antigua que de nuestro tiempo, una piedra especialmente atractiva para las manchas y la absorción de todo tipo de líquidos (de los bares), de las heces de las gaviotas y palomas que pululan por las cubiertas del ábside de la Catedral, de los fregoteos de las cafeterías a pie de calle, de las ruedas de las traspaletas y carretillas de las empresas suministradoras y reponedoras de los diferentes negocios del centro, de las hojas de los árboles trituradas por los paseantes, por los coches que acceden al aparcamiento privado en calle Postigo de los Abades que serigrafían su movimiento sobre la plaza con la eternidad de un neumático sobre una bonita piedra color crema, y dale, como dicen en Latinoamérica. Y para colmo de males, el Ayuntamiento está, con tanta huelga de Limasa, como para contratar un batallón de limpieza para la plaza, si es que se puede desincrustar tanto desatino sobre una calle Cañón que sin duda es mejor que la que había, pero como siempre quedándonos a medio camino del verdadero destino.
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Por cierto, para ser realmente objetivo con el concejal, después de una reunión (17/12/15) que tuve con él en la Gerencia a petición de un cliente mío, y después de unas semanas de espera para que se celebrara, he de decir que no terminé de conocer su verdadera personalidad. No se presentó.
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