El Málaga cayó a puesto de descenso tras perder el sábado en el campo del Espanyol. La nueva configuración de la Liga, con partidos que se extienden a veces a lo largo de cuatro días, lo dejó provisionalmente decimoctavo. Pero quedaban dos encuentros, y precisamente de los equipos que iban por detrás del conjunto de La Rosaleda. Eran el Sporting-Levante y el Granada-Athletic. Si ganaban el conjunto levantino y el de la ciudad de La Alhambra, el Málaga daría con sus huesos en la última plaza. En principio no era fácil que así sucediera, porque los pupilos de Rubi debían vencer en campo contrario, mientras que los jugadores entrenados por Sandoval recibían la visita del siempre incómodo cuadro bilbaíno. Los astros se alinearon de tal forma que el equipo entrenado por Javi Gracia es farolillo rojo de Primera. Varios aficionados con los que uno conversa a menudo me han dicho: «Se veía venir». Aunque analicen a toro pasado la situación, no se les puede tachar de ventajistas. Es cierto que el Málaga no le marca un gol ni al arcoíris, en frase futbolera donde las haya, y el escaso colchón de puntos podía acabársele si seguía en sus trece. Pero de ahí a que en la duodécima jornada fuera el peor de la clase va un trecho. En el club ya han reaccionado y la plantilla y el cuerpo técnico se van mañana de ejercicios espirituales. Aislarse del mundanal ruido en busca de cerrar filas ante los duros compromisos que se avecinan es mejor que quedarse de brazos cruzados. El plantel se ha visto desmantelado de forma paulatina en las últimas campañas y este curso ha dado poco de sí hasta ahora. Pero eso no significa que no haya margen de mejora. En eso deben creer todos los aficionados y apoyar el sábado hasta el último aliento.

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