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La tierra                         prometida
LA TRIBUNA

La tierra prometida

Es importante recordar que España debe tratar de responder al mundo con una solidaridad equivalente a la que se tuvo con sus conciudadanos en nuestra propia guerra

SALVADOR MERINO. PROFESOR TITULAR DE MATEMÁTICA APLICADA DE LA UMA

Domingo, 6 de septiembre 2015, 12:47

Día 5 de febrero de 1939. La frontera hispano-francesa se abre permitiendo el paso en masa de los españoles que huían de la guerra civil. Dos semanas antes se había instalado el primer campo de internamiento en la ciudad de Rieucros, cerca de los Pirineos, para acoger a la avalancha de más de 500.000 españoles que estaban llegando. Este centro, junto con otros siete construidos posteriormente en las cercanías a la frontera entre ambos países, fueron el lugar previsto para contener esta cantidad de refugiados y compatriotas. Ni que decir tiene que las condiciones de vida fueron muy complicadas, con la separación de hombres, mujeres y niños, pero la inmensa mayoría había tenido que optar por ellas frente a la alternativa de la guerra. Otros habían tenido más posibilidades económicas, o la oportunidad de salir antes, y recabaron en los distintos países latinoamericanos, reiniciando en su mayoría una nueva vida lejos de toda la barbarie bélica europea.

Hoy estamos viviendo una situación desdichadamente similar. Nos impresiona ver a una ingente cantidad de personas asaltando fronteras, de forma desesperada e incontrolada, a veces aupando a niños y ancianos en una huida hacia alguna parte. La catástrofe humanitaria ya se ha iniciado y esto requerirá de soluciones urgentes y, probablemente, nada transitorias. En este sentido, es importante recordar que España debe tratar de responder al mundo con una solidaridad equivalente a la que se tuvo con sus conciudadanos en nuestra propia guerra. Pero hemos de plantear algunos aspectos que, sin duda alguna, deben ser resueltos en paralelo:

En primer lugar, nuestro país está saliendo de una crisis que ha apeado a muchas personas de una situación económica estable. Es lógico que éstas empiecen a reclamar una solidaridad equivalente con sus realidades actuales, y por tanto el mayor esfuerzo impositivo debe ir destinado a subsanarlas, desde el punto de vista de vivienda, empleo, alimentación y educación, como sistema básico en una sociedad del bienestar. Aunque hemos de convenir que la excepcionalidad de la situación, la precariedad de las condiciones humanitarias y la radicalidad de tener que elegir entre morir degollados o ahogados exige soluciones inmediatas.

Como segundo punto de vista, durante estos trágicos acontecimientos, las mafias que trafican con seres humanos están haciendo el negocio del siglo. Y no tienen los mínimos escrúpulos en matar o dejar morir a cambio de un puñado de billetes. Sin ir más lejos, el simple anuncio unilateral de Alemania de aceptar a todos los refugiados sirios ha provocado que se paguen decenas de miles de euros por un pasaporte de este país. De ahí que buscar a los responsables de estas organizaciones, desde las más siniestras alcantarillas hasta los más lujosos yates, es una tarea central para actuar contra esta barbarie.

En tercer lugar, la reunión a mantener por los mandatarios de los países europeos debería contar con la participación del conjunto de naciones de la Liga Árabe. No tiene sentido que la mayoría de los ciudadanos que están huyendo de Siria, Irak o Afganistán, ante el ataque del salvaje y mal llamado Estado Islámico, deban recorrer miles de kilómetros y buscar refugio en países donde no comparten idioma, ni religión, ni estilo de vida. Y mientras tanto, muchos de estos países árabes no dejan de mostrar el lujo, el ocio, la capacidad de desarrollo, la construcción sin límites, pero siempre mirando para otro lado en estos conflictos. Probablemente en dichas naciones, limítrofes con la barbarie, el miedo a la guerra les ha hecho cerrar puertas, permitir desmanes y tropelías y dejar a su suerte a sus vecinos. Pero, al igual que espetaría Churchill al primer ministro británico Chamberlain, tras ceder Checoslovaquia a los nazis para aplacar su ira: «Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor, y tendréis la guerra».

Por último, rara vez se frenó a los genocidas, al frente de ejércitos sanguinarios, con paños calientes, y lo que está ocurriendo en el norte de África y en los países árabes es tremendamente grave. Pero hemos de reconocer que una gran parte de los sicarios que integran las filas del Estado Islámico provienen de Europa. Por ello muchas personas se preguntan ¿cómo es posible que tanta crueldad surja de nuestras sociedades teóricamente avanzadas? El hecho no es nuevo, sólo se ha transformado. Antes estos asesinos radicales formaban parte de los grupos terroristas como ETA en España, IRA en Irlanda o el Ejército Rojo en Alemania y hoy las nuevas generaciones de desalmados tienen que integrarse en el Estado Islámico. La única diferencia ha sido que, en vez de llenarles sus cabezas de revoluciones, se les han inundado de fanatismos religiosos, pero el resultado es el mismo. Como bien decía el escritor y premio Nobel turco, OrhanPamuk: «Los asesinos no surgen de entre los descreídos, sino entre los que creen demasiado».

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