Tiene Francesco Piccolo un libro titulado Momentos de inadvertida felicidad. Así, cuando alguien te está enseñando fotos, dice que las que quedan son todas iguales y para. Pero también hay momentos de felicidad advertidos. Recuerdo uno viendo a Lina Morgan, de quien disfrutábamos antes de saber qué era el slapstick. Celeste no es un color en el Apolo de Barcelona. Mi cara debía de ser como la de Woody Allen en Hanna y sus hermanas cuando quiere suicidarse, se mete en un cine a ver Sopa de ganso y se le quitan las tonterías. Las revistas de Lina Morgan eran una fiesta. Los actores se reían igual que el público con la actriz (no podían aguantarse) y ella se dirigía a nosotros. Parecía que todos estuviéramos en el mismo plano. La primera vez que aparecía, el aplauso duraba minutos. Las tramas eran un disparate, los artistas bastante discutibles y todo era teatralmente artificial. Una maravilla. Pero sólo porque estaba Lina Morgan.

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