La inconsciencia de un jugador me chafó un buen partido de fútbol. O al menos esas trazas tenía el duelo entre Chile y Perú por un puesto en la final de la Copa América. Zambrano, que vio la tarjeta amarilla a los siete minutos en una refriega con el pendenciero Vidal, no sacó lección del castigo y dio pie al árbitro para expulsarlo a los 20 tras patear en la cintura y por la espalda a Aránguiz en un gesto más propio de alguien que pretende derribar una puerta desesperadamente. El encuentro dejó de estar igualado y perdió casi toda su gracia. Si un aficionado de un país al otro lado del Atlántico como el que esto escribe se enojó con la actitud del jugador (no merece este adjetivo tan sublime), no quiero ni pensar lo que sufrirían los seguidores de Perú, selección a la que dejó mermada el defensa con su irresponsable acción. La de Zambrano no ha sido la única barrabasada de una Copa América que pasará a la historia por sus tánganas, tropelías y errores ajenos a lo puramente deportivo. La estrella de Brasil, Neymar, se perdió la fase buena del torneo por insultar al árbitro, que lo expulsó; el chileno Jara recurrió a métodos barriobajeros para sacar de quicio al uruguayo Cavani, que fue expulsado tras una clara provocación de su rival. Tampoco el charrúa se quedó cortó al repeler la agresión.

Publicidad

¿Cuántas veces hemos oído disculpar en las transmisiones deportivas a los que se salen del reglamento? «Están a muchas revoluciones.», se dice. Repudio esta condescendencia. Los deportistas se juegan mucho, pero también cobran cantidades que el común de los mortales necesitaría decenas de años para acumularlas. Por eso, debe exigírseles que desempeñen su tarea con más cordura, y a los clubes, que los metan en vereda.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad