INCREDULIDAD

Confieso que me había hecho ilusiones, pero mi gozo se fue al pozo. Soñaba con la llegada de un poderoso comprador para el Málaga, que atraviesa por una época de vacas flacas por mucho que haya batido el récord de temporadas en Primera (va a encadenar ocho) tras una permanencia más que holgada a pesar de la flagrante merma de calidad en la plantilla. Las vacas gordas empezaron en los años previos a la Champions y tuvieron su colofón en esos cuartos de final que ni el más optimista de los aficionados blanquiazules se hubiera imaginado escasos meses antes. El artífice de esos años gloriosos es el jeque Abdullah Al-Thani, que compró el club de La Rosaleda y lo llevó a codearse con la élite europea. El dueño del Málaga se ha quedado en un «que me quiten lo 'bailao'» tan merecido como efímero. El aficionado es el que ha pagado el pato. Las exquisiteces de Joaquín, el pundonor de Toulalan o la polivalencia de Cazorla han dado paso a un fútbol de calidad inferior, aunque la campaña recién terminada estuvo a punto de pulverizar el anterior registro de puntos (de hecho, en la primera vuelta, lo igualó).

Mi esperanza (y creo que la de miles de seguidores) en que el hijo del jeque hubiese aceptado la suculenta oferta del grupo anglosajón no estaba tanto en la marcha de Al-Thani como en la posibilidad de que, con el cambio de dueño, la tan ansiada inyección económica llevara al equipo de nuevo a luchar por volver a Europa con garantías. «El Málaga no se vende y habrá inversión» es frase digna del cuerpo de letra más espectacular que cada periódico pueda. Pero permítanme los propietarios del Málaga que me transforme en uno de los aldeanos que oían los gritos del pastorcillo mentiroso en su famoso cuento.