Lograr la permanencia a falta de trece jornadas no es asunto baladí. Ni los más viejos del lugar esperaban que así ocurriera. Que nadie se suba ahora al carro de los videntes del tres al cuarto, porque pocos apostaban un chavo siquiera por una plantilla desmantelada por segundo año consecutivo y con un entrenador que había sufrido un amargo descenso con el viento a favor. Esta es la grandeza de un deporte que guarda sorpresas inexplicables. De la gloria al fracaso no hay a veces ni un peldaño siquiera. Pero el Málaga se ha calzado las botas de las siete leguas y se ha garantizado no pasar apuros esta temporada. La que viene, Dios dirá. En este mundo del balompié es mejor vivir el presente, gozarlo, saborearlo cuando la suerte sonríe. Ha costado trabajo, pero Gracia por fin acepta que la amenaza del descenso no se posará en La Rosaleda como esos pájaros que buscan semillas en el césped.

Publicidad

El equipo blanquiazul se ha garantizado una nueva campaña entre los mejores, la octava, lo que supone un récord. Pero ahí no se acaban los retos, porque los profesionales que componen la plantilla malaguista están obligados a darles satisfacciones a sus aficionados. Nadie se puede dormir en los laureles por mucho que el séptimo puesto actual y los puntos que acumula lo sitúen con una holgada ventaja sobre el octavo (nueve puntos) y con el horizonte complicado para desbancar al sexto (el sólido Villarreal, cuatro puntos por encima). El Málaga tiene que darlo todo en los trece partidos que quedan, y sus jugadores, disfrutar en el campo con un juego mejor si cabe al practicado hasta ahora. En teoría, la tranquilidad del objetivo cumplido no debe convertirse en una relajación peligrosa.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad