Al contrario de lo que sucede en colegios, institutos y universidades, donde el que aprueba en junio tiene su premio en forma de regalo paterno y vacaciones a cuerpo de rey, en fútbol los aficionados celebran una permanencia conseguida en el último minuto mucho más que la lograda tras hacer los deberes a tiempo. Está lleno el balompié de casos así. La celebración de unos seguidores que veían a su equipo en inferior categoría y que se salvó in extremis alcanza la desmesura en multitud de ocasiones. Pero es la tendencia.

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El Málaga corre el riesgo de verse inmerso en el caso contrario: es tal la facilidad y la antelación con las que ha cumplido el objetivo de la permanencia (aunque matemáticamente no la haya logrado, la tiene al alcance de la mano) que tanto sus hinchas como sus jugadores pueden verse atrapados por el desinterés y la desgana al quedarse sin nuevas metas. La escasa asistencia de público al partido contra el Espanyol puede ser un anticipo de lo que nos espera. Por mucho que el encuentro fuera a las diez y con mal tiempo, el duelo era atractivo por tratarse de un rival directo, que podría haber sido también el de las semifinales de la Copa en caso de no haber caído ante el Athletic en cuartos.

Por mucho que el entrenador del equipo blanquiazul, Javi Gracia, intente inculcar en su plantilla que hasta que los números no dicten sentencia no se puede cantar victoria, los jugadores saben que el logro está a tiro de dos triunfos (y quedan quince partidos por jugarse). Espero que a pesar de todo no haya relajación, porque sería una pena perder ese séptimo puesto que tanto trabajo ha costado mantener hasta ahora o incluso desaprovechar la posibilidad de subir algún peldaño.

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