Una lacra a erradicar

Siempre he sostenido que la violencia en el fútbol es un fenómeno que sigue una trayectoria en subida; es decir, que se genera en el campo y se expande por las gradas como las llamas de un incendio con viento favorable. El mal ejemplo que tanto han dado los jugadores con sus disputas fuera de toda deportividad ha sido una semilla de mala hierba. Y de las gradas a las calles se difunde con la misma rapidez. Ahora estoy empezando a revisar esa teoría, porque por mucho que los jugadores muestren comportamientos de dudosa ética en ocasiones, nunca hasta el punto de pensar en que eso lleve a la muerte de un aficionado tras una reyerta desbocada. Por otra parte, hace tiempo que en España no se producen graves altercados entre futbolistas en el terreno de juego. Los jugadores se saludan al principio de los partidos y también al final, y el fomento del juego limpio está a la orden del día. Pero los clubes, con las honrosas excepciones que todo el que siga este juego conoce, no han sabido erradicar los focos incandescentes que son los reductos ultras. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Se ha producido una muerte más en torno a un partido de fútbol. En la masificación que propicia esta disciplina deportiva se amparan delincuentes que actúan como manzanas podridas en el colectivo. Todas las fuerzas vivas relacionadas con el 'deporte rey' deben echar mano de los medios necesarios para acabar con esta lacra.

A menor escala, Málaga también se vio salpicada el pasado fin de semana por la violencia en un campo de fútbol con los graves incidentes acaecidos en el partido juvenil La Mosca-Churriana. Desgraciadamente, no se puede dar marcha atrás, pero las más altas instancias sí podrían hacer una llamada a la cordura para que esto no se repita.