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LA TRIBUNA

Corrupción y codicia

La cesta se puede llenar con tarjetas negras. Pues hala, a llenar la cesta, sin diferencias, el millonario para serlo más, el pobre para ver si puede alcanzarlo

LUIS RAMÍREZ BENÉYTEZ. SACERDOTE Y ECONOMISTA

Domingo, 26 de octubre 2014, 13:40

Lo mejor es que caigamos en la cuenta de que es más lo que hay de bueno que lo que hay de malo, eso que llamamos «la corrupción». Pero en este momento y para no andar con ambigüedades superficiales, lo voy a llamar claramente el pecado.

Pero ¿de dónde nos viene lo de reconocer el pecado? Sin duda de la base trascendente de la cultura judía, una de las columnas de nuestra civilización. Porque en uno de esos libros sagrados que forman lo que se llama 'la Biblia', en el libro primero, el Génesis, se nos da la clave de lo que genera la corrupción en los seres humanos.

Por supuesto el Génesis comienza aceptando a Dios como creador de todo, en un proceso creciente en que el autor describe lo creado según lo ven sus ojos. Pero al llegar a describir los animales toma un giro sorprendente: de esa serie de creados, forma uno especial, que aunque salido de lo que ya existe -tranquilos, que estamos aceptando la evolución darwiniana-, recibe un soplo divino, gracias al cual empieza a ser 'el hombre'. Pero ese soplo es la conciencia, sin duda alguna, y ello conlleva el conocimiento y la distinción entre el bien y el mal y la obligación de hacer el bien y rechazar el mal. Practicar el mal, lo malo, eso es el pecado.

Pero el libro sagrado nos orienta en lo que conduce al pecado: presenta la envidia, la codicia, el resentimiento de Caín que lo llevan al asesinato de su hermano. Es decir, el comportamiento animal en el sentir y obrar del hombre, rechazando la luz del soplo divino, lo lleva al asesinato: Caín, el resentido, mata a Abel, en este caso el inocente.

Pablo de Tarso, en su carta al discípulo Timoteo, describe la serie de vicios y corrupciones de los paganos y no duda en poner como raíz de todas las maldades a la codicia.

Pero como ya somos mayorcitos y hemos conocido los horrores de las matanzas en el fenecido siglo XX, podemos volver los ojos a las guerras de conquista de territorios para el colonialismo (¡ay, mi España en América!); a la guerra europea 1914-1918, disputándose el poder colonial; las matanzas de judíos por los alemanes que se sentían robados; las matanzas del comunismo soviético para instalar un sistema económico nuevo; aquel terrorismo asesino para ser un país independiente más rico. Tanto crimen, entonces y ahora mismo, ¿qué raíz tiene en lo hondo del ser humano, que no sea la codicia, y de la codicia llegar a la guerra? Pearl Harbour y la venganza de Hiroshima y Nagasaki, ¿qué raíz tenían sino la disputa del poder para el dominio del Pacífico?

Y a propósito de la codicia española. Nuestra tierra, lo llamaremos así, soporta siglos de un clima alternativo de sequías desertizantes que han significado, desde siempre, hambres populares. Los poderosos disfrutando de las mayores abundancias, mientras las bases, los más numerosos, muertos de hambre durante siglos, porque las mejores tierras, escasas, tenían dueños poderosos. Añada usted lo accidentado de nuestro suelo, esas cordilleras dividiendo el país en zonas tan diferentes como la cornisa cantábrica y los desiertos de los Monegros o del Sur. Y encima ocho siglos de guerra contra los moros, pero con la trampa de que, dominados los musulmanes, convenía que siguieran ahí para cobrarles tributos que tal vez se nutrían de oriente. Mejor robar que trabajar, porque lo nuestro es la guerra y que trabajen los siervos.

Orografía que divide, clima que desertiza, guerra que justifica la muerte de los otros. Dígame usted, ¿no está eso vivo en el subconsciente del español de base que empieza a palpar la realidad o la ficción de los billetes, la posibilidad real de hacerse rico con aquello 'de lo que no cuesta llenemos la cesta'? La cesta se puede llenar con tarjetas negras. Pues hala, a llenar la cesta, sin diferencias, el millonario para serlo más, el pobre para ver si puede alcanzarlo. ¿Corrupción? Su nombre verdadero es el gravísimo pecado de la codicia.

Creo que los cristianos, empezando por nuestros obispos y los curas predicando, y los militantes creyentes en su ámbito, deben, debemos todos hablar claro, porque hay que superar la huella animal del pecado original, que es el comportamiento animal para llegar al poder y justificar así el matar y el robar. Tal vez por la delicadeza de modales para no herir, o nuestro lenguaje de Universidad pontificia que a veces no se entiende, podemos estar dejándonos engañar por la corriente malintencionada de cambiar las palabras y después los conceptos, para borrar de toda trascendencia la actuación del hombre.

Borrar a Dios de la conciencia humana. Tratan de borrar toda relación del hombre con nuestro Dios creador y comunicador de la distinción y la responsabilidad entre obrar el bien o hacer el mal, que es el pecado. Hay un complot mundano tratando de meter en las mentes que regirse por los mandamientos de la Ley de Dios y la buena noticia de Cristo es un atraso políticamente incorrecto. Así de claro: el evangelio de Cristo es políticamente incorrecto. Usted y yo ¿qué elegiremos?

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