El final

Esta vez su voz de barítono y su gran humanidad se alzaron hasta las nubes empujando a la lluvia a regar al Guadalmedina y sus playas de la Malagueta.

JOAQUÍN RAMíREZ

Domingo, 28 de septiembre 2014, 13:15

Decir que todo termina no parece una reflexión ni inteligente ni compleja. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida, en muy distintas circunstancias, si hay algo que nos desconcierta y mucho es el cierre, lo último, el acabado, el final definitivo de hechos, oportunidades y personas. Por más que nos repitamos muchas veces, esto está a punto de terminar, está claro que muchos desenlaces no dejan de sorprendernos, ya que en ellos algo faltó siempre para poderlos entender y conformarnos con su cierre.

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Al cabo todo y todos mueren morimos y siempre nos importa. Esta loca carrera hacia la desidencia tiene y trae alegrías y tristezas, el alarde de la piel tersa y los músculos capaces y desafiantes suele dar paso a una temporada de mesura y reconvención. Luego, llega el día y la hora siempre puntuales y se da por concluida toda la historia viva de cada uno de los que fueron, repentinamente y por sorpresa a pesar de todo.

No hace mucho que Rubalcaba hoy político retirado dijo aquello de que «en España enterramos muy bien». Es verdad, o lo era, el respeto por los fallecidos y su memoria suele ser característico de nuestra sociología. Claro que quizá algunas salidas de tono al respecto del fallecimiento de Emilio Botín o Isidoro Álvarez no se han correspondido con esta máxima. Puede ser un signo de unos tiempos excepcionales en los que tanto ha malogrado la marcha bajo nivel de la economía. Si no hay para vivir queda poco espacio para amar, todo se vuelve hosco y las mujeres y los hombres dejan de sonreír o besar a desconocidos.

A la postre, en la consumación, cuando ya es tarde para decir nada y hacer menos No paramos de hablar. Puede que como quien se fue nada puede oír, necesitemos hacernos escuchar, ver o leer, con la urgencia de lo que ya nunca llegará al único destinatario que había de merecerlo. Pero, aunque a veces no lo parezca y todos sean dignos de respeto, unos son mejores que otros lo fueron y las despedidas no deben ser iguales ni del mismo rango. Por eso, a los que más significaron y para mayor número de personas hoy queremos dedicar estas líneas. Para aquellos que fueron tan humanos, pero que en muy buena parte supieron sobreponerse a su frágil condición y miraron e hicieron más allá de sí mismos y de su pequeño círculo. Los que se vieron representantes y como tales actuaron con toda fidelidad y lealtad a esos grandes grupos llenos de anónimos necesitados de la mayor calidad de defensa y salvaguarda. Los que con evidente descuido de lo propio volcaron sus energías en pedir y lograr las empresas y los proyectos de una callada mayoría capaz de admirarlos, despreciarlos y olvidarlos, según toca. Esos que esculpieron, pintaron, escribieron, diseñaron y lo lograron o no, o no siempre, dándonos tanto y que la lluvia y el viento borrarán casi por completo.

Al vencimiento, las bellas pero efímeras cualidades humanas llenarán de intensas emociones la triste despedida.

Epílogo

Pedro Aparicio Sánchez fue alcalde de Málaga, la ciudad que él eligió y que le eligió a él. Capitán de la nave a la que aguardaba el futuro, llenó su cargo, al ayuntamiento y a la capital, de una suprema dignidad. Una dignidad simbólica y solemne en una extraña combinación que le hacía celebrar el horario del legendario tren Orient Express cada mañana al despertar y que puso negro sobre blanco ser El alcalde de Málaga Cuando dejó el cargo, dieciséis años después de ser de él investido, no quiso estar en el pleno ni ser el encargado de dar la vara de mando a su sucesora. Prefirió salir a pie por la escalera principal de la Casona del Parque solo, con su maletín y sus sueños, poniendo la cara al viento. Allí algunos se confundieron siendo más masa que nunca increpándole y tratando con desconsideración a quien tan sensible, culto y educado fue. Grande, como era, nada pudo impedir que, tras dejar la alcaldía a su espalda, sus andares e inmensa figura se mimetizaran en el horizonte con el resto de sus semejantes. Le acogió el Parlamento Europeo y, durante unos años, ejerció de diputado español y embajador malagueño en Bruselas y Estrasburgo, acogiendo a todo aquel que aparecía por allí para esto o aquello. Los privilegios como las bellas vistas nunca se disfrutan lo suficiente y cuando unos desaparecen u otras no pueden ejercerse se echan de menos y se valoran casi como debían. Pedro estaba ahí y debimos verlo más, hablar más con él y distinguirlo con más decisión y frecuencia. Habríamos salido ganando. El jueves decidió irse para siempre y no hubo capilla ardiente en el ayuntamiento porque lo tuvo pensado y no lo quiso. Se fue solo y sólo con su maletín, con la cara al viento, lleno de sueños. Esta vez su voz de barítono y su gran humanidad se alzaron hasta las nubes empujando a la lluvia a regar al Guadalmedina y sus playas de la Malagueta.

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Gracias, Alcalde. Ha sido un honor.

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