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Días felices en SUR

Teodoro León Gross

Viernes, 26 de septiembre 2014, 13:12

«Pocas cosas me han proporcionado tanta felicidad como escribir la columna semanal, salvo quizá mis años de juventud como médico en San Carlos». Durante los ocho en que Pedro Aparicio mantuvo su columna de los sábados en SUR, entre 2004 y 2012, disfrutóapasionadamente. Eran columnas lúcidas y amables en las que se volcaba con recuerdos y pasiones. Tal como Buffon sostenía que el estilo es el hombre, Aparicio se reflejaba en esos textos escritos con precisión, elegancia y energía, que destilaban un trabajo disciplinado, un cuidado obsesivo (podía llegar a corregir durante dos días de relecturas constantes)y el placer final tras conjurar a la mala literatura.

Pasado mañana, lunes, se cumplen doscientos años de un mundo mejor. El 22 de diciembre de 1808, en una Viena nevada y bulliciosa, se celebró el concierto más importante de la historia. Junto a otras obras ya conocidas, formaban el programa varias composiciones de Beethoven que se interpretaban por primera vez. Parece un sueño: el estreno simultáneo ¡de cinco obras!, cada una de las cuales, por sí sola, llenaría un año alguna hasta un siglo de la historia de la Música. Sin embargo, el concierto fue casi un fracaso; con una sala sin calefacción, el larguísimo programa fue expulsando al público hacia los cafés. Dos siglos después, una de las obras estrenadas aquella tarde es la cumbre de la música sinfónica. Y también una de las más importantes creaciones de la Historia del Arte. Se trata de la Sinfonía no 5 en do menor, opus 67. Los treinta y cinco minutos más bellos creados por el hombre. (Milagro en do menor, 20.XII.2008)

«He escrito intensa y arrebatadamente», confesaba al despedirse, el último sábado de diciembre de 2012. Semana a semana había regresado a sus grandes temas en los que latía la cultura enciclopédica de un hombre que ha amado libros, sinfonías, teatros, calles, arias, poemas, series de televisión, bibliotecas, goles, nevadas, estaciones de trenpero además la enorme pasión que todo eso le insuflaba. Escribir de política, en cambio, le fatigaba, aunque a menudo no podía evitarlo al sentirse sacudido por los acontecimientos, y aparecía el compromiso y la independencia insobornable del librepensador, no sin temor a estar equivocado, pero con la determinación irreprimible de no callar lo que creía.

Siempre fue socialdemócrata, aunque rompió sentimentalmente con el Partido Socialista de la última década, en el que no reconocía la socialdemocracia europea, ni el legado de Besteiro o Indalecio Prieto. Esto le fatigaba hasta anhelar, confesaba, «dejar de mirar una realidad que no me gusta ni puedo cambiar». Cada vez se había refugiado más en sí mismo y en sus territorios íntimos entre libros, discos, partituras, series, cine. Y al escribir procuraba reencontrarse en esos temas «viejos amigos música, literatura, fútbol, ciudades... que no decepcionan»; en particular sus deliciosos artículos ferroviarios, como Tren de Estambul, Atravesando Alemania o Mi inolvidable entrada en la URSS.

Tengo asignado un ángel de la guarda ferroviario () En aquel enero americano compré un billete de primera clase. Las camas eran caras y, además, quería mantenerme despierto durante todo el viaje. Tres días y dos noches en el Zephyr, recorriendo la mítica línea coast to coast entre San Francisco y Nueva York. Para un enamorado del tren, esta línea es como Viena para un melómano. Conectar por raíl los dos océanos fue decisivo en la historia ()el puente sobre el Gran Lago Salado estaba en obras, y ladearíamos el lago por el norte. ¡Mi ángel seguía trabajando!: la cumbre sentimental para todo amante del tren es Promontory, un lugar en la orilla norte, abandonado desde que el puente atraviesa el lago en línea recta. En Promontory se unieron las vías del Este y del Oeste, construidas respectivamente por la Union y la Central Pacific Railroad. En aquel poblado, capilla sixtina del ferrocarril (Promontory: cinco minutos. 14.I.2006)

Con un estilo limpio y elegante la sintaxis, en definitiva, es una potencia del alma como adivinó Paul Valéry trataba de dialogar con el lector. Pensaba, como Jean François Revel en Elconocimiento inútil, que una opinión desprovista de sustancia carecía de interés. Sus piezas siempre tenían una hechura poderosa, más allá de las florituras pintureras, que detestaba en el arte como en la vida. Escribir artículos le sacó del desánimo tras regresar de Europa; y le permitió zanjar una vieja frustración ya que tenía el carnet de prensa desde 1973, pero esa vocación se había perdido al ir de la Medicina a la Política. En estos artículos se encomendaba a su santoral laico Beethoven, Galdós, Messi, Shakespeare, Marañón, Verdi, Bach, Chejov, y la memoria cosmopolita de sus viajes contra el aldeanismo de campanario, sazonados con el buen humor que esto le inspiraba.

Este año la primavera me ha llegado en París. De París me gusta todo, hasta lo que algunos llaman buen tiempo. () Tras una paradinha en Gibert Jeune, mi vieja papelería, acabé la ruta en Le Procope, calle de lAncienne Comedie. En París nada suele cambiar, así que cuando ello sucede me llevo un disgusto casi personal. En el café más antiguo del mundo databa de 1686, en cuyas tertulias nació la Enciclopedia, ya no es posible atizarse un pastís entre citas de Diderot y dAlembert. ¡Han convertido Le Procope en un encopetado restaurante! Pero no hay mal que por bien no venga pues, superando mi cabreo inicial, y teniendo en cuenta que eran casi las tres de la tarde, opté por sentarme ante una mesa y buscar el consuelo de un foie de Strasbourg y un Chablis frío. ¡Indescriptible! El Perigord y las Landas creen hacer el mejor foie, pero ninguno es comparable con el celestial alsaciano. (París es una fiesta. 2.IV.2011)

Trataba de rehuir la actualidad, pero en todo caso «con mis tres últimas creencias políticas: libertad de pensamiento, igualdad de oportunidades y unidad europea; y mis tres últimas abominaciones: fanatismo, localismo y populismo». Miraba con tristeza, estupor y a veces indignación, una España nacionalista y aldeana, y confiaba, como el mejor Ortega, en que la solución estaba en Europa. El patriotismo azañista no se le arrugó. Hace pocos años, mientras yo enseñaba en un College de EEUU, organizamos una sesión con los estudiantes a través de Skype, y dijo una frase que repetiría varias veces: «Siempre he tratado de actuar según la razón y el honor».Eso queda, sin duda, en su obra de prensa.

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