Estas movidas borbónicas, anteriormente y si no me acuerdo mal, se movían dentro de un protocolo hemofílico por el que desfilaban cuñados trincones, bastardos con perilla y memoria, duques y grandes duquesitas de sangre azul y gustos de modistillas. Había en cada entronización o como se diga mucho de vals vienés pese a que nuestros monarcas siempre tuviesen querencia por las folclóricas castizas de Villa Rosa (Callejón de Álvarez Gato, Madrid). Se corrían toros en la Plaza Mayor y los espadones se ponían su mejor traje de gala aunque la torta de calor fuera considerable en la Villa. Va de suyo que el flamante Felipe VI nos va a llegar en soso y habiendo palmado contra Holanda el día del debut, que es un buen augurio para un reinado que tiene ya su némesis, la otra cara de la moneda sin acuñar, en la Coleta de Pablo Iglesias y sus vicarios. Hemos perdido contra Holanda, sí, y aún hay algunos ilusos que fían su felicidad a las manos ya artríticas de Casillas o al bíceps de Rafa Nadal: lo que pasa es que cifrar la gloria patria en esos detalles pueriles genera, cuanto menos, una peligrosa cercanía al poso del fracaso.

Publicidad

Y no, no pasa nada por ver certificado que España ya ha cumplido un ciclo glorioso en el fútbol que, más o menos, ha coincidido con el gustillo que le ha cogido el pueblo destetado a ir a las parroquias a por algo con que calmar las tripas. Felipe VI, el Rey deportista, irrumpe en este 98 sobrevenido y futbolero con un pasado de ecologista y unos genes cinegéticos; pero ahí está el tío, leyendo mejor que el padre y convirtiendo la campechanía del predecesor en un multilingüismo que le/nos va a ser útil para colocarle un AVE a los chinos. Aunque hay que volver al fútbol y a esta selección regia, al marqués Del Bosque y su sempiterna tristeza y comprobar, así, que el corolario de las ilusiones patrias ha desaparecido de un plumazo y con Van Persie mediante. Piensen, por ejemplo, que poco va a cimbrear la cuenta corriente de Xavi si nos volvemos a casa en la primera fase y que van a tostarse, cuanto menos, a la solana de Marbella un par de semanas por los servicios prestados.

Igual haber ganado un Mundial es como haber sido novio de la chica más popular del instituto; se ha llegado al clímax, se ha tocado el cielo y, a partir de ahí, podemos dedicarnos a la poesía o la diletancia con el chuleo del pasado glorioso y el olor, aún, a Paraíso en nuestra alcoba. Cosas así le cuento a mi parroquia con un #camperopollo en la mano y en bermudas: vano intento por devolverle la moral a una ristra de desdichados.

El Felipe del V a I, la España quieta de Rajoy, consta de muchas más aristas que el comportamiento de una selección «sevillanizada» en los excesos de la mercadotecnia: el país sigue desangrado por donde duele. Queda una solución poco probable pero asequible: los goles y el espíritu testicular de Juanito reencarnado en Ramos. Y queda otra que es la de esperar que las movidas sociales en Brasil lleven al propio Mundial a no pasar de cuartos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad