Tienen estos días que vivimos un aroma histórico de que algo está pasando más allá de que la Corona tenga un nuevo propietario y un caminar más rectilíneo. Casi como en un romance alfonsino con bigotillos, calesas y marquesados desconocidos y austrohúngaros. Lo cierto es que hay en las calles un referéndum que obliga a las familias y a los currelas a repensar España, aunque no tengamos ya ni para tortilla de la playa. Lo veo en los ojos de los paseantes, que entre las toallas al sol debaten con no poca retranca sobre la abdicación, y así es lo que estamos viviendo. Una herencia monárquica con poco abaniqueo de coronas y de principitos, la verdad. Lo que sí hay es una vaga alternativa a la monarquía que viene bien abonada de las tertulias de la media noche: tal es el debate sobre nuestro futuro en el que se han de abordar las vías para salir del atolladero y el modo en que contemplemos la situación del horizonte, hoy inalcanzable.
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Cuentan que le dijo «el Guerra» a Ortega y Gasset que si ha de haber de filósofos ha de haber «gente pa tó». Lo que sucede es que hoy gritan lo mismo monárquicas verduleras que republicanos que lo son gracias a Twitter: republicanos en primero de la ESO y estudiando aún la tabla del cuatro. Vemos que el costurón último de España se debate en las redes sociales y quien no tiene cuenta no sale en la foto. Lo último ha sido lo de Pablo Iglesias y su demagogia con altavoz. Ahora piensa en la República como hace unos meses en escraches: lo peor es que seduce a una izquierda virtual que aplaude lo que es moda y trendy. Porque Pablo Iglesias no es más que un laboratorio de Ciencias Políticas que tiene un país como una probeta. Cuentan que el Rey salió ovacionado de Las Ventas una tarde, otra, que no estuvo José Tomás con su capote de aroma y verdad tricolor. Es claro que del populacho a la marquesa con collares, todos, o muchos, aplauden al Borbón: ése que tanto ha disfrutado de lo mundano mientras hacía buena patria por el extranjero, con el hermano moro y tal.
Ahora quieren sepultar en las revistas de papel couché lo que entre Aznar y Zapatero se encargaron de destrozar más allá de los Pirineos: España. Va de suyo que don Juan Carlos nos abdica en el vástago universitario, guapo, sin acusaciones y con carreras como un último gesto histórico antes de ir disfrutando y disfrutándose en aquellas regiones por «donde habite el olvido» y escasea el paparazzo.
Uno no cree en una España nación vieja y casi arqueológica que sólo se mueve por tendencias y caprichos y, sin embargo, debe acostumbrarse a habitar en el más absoluto despropósito; en un país en el que la ideología viene marcada por los arreones de la televisión y el cacharro perverso de Internet.
Pienso en el país de mis hijos (con/sin Rey) y me entra temblor de acojone y una nueva ocurrencia para el Twitter...
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