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Otra vez, urnas. Otra vez la burocracia de la democracia, el poder de no cambiar nada y España empantanada. Otra vez rezarle al Cautivo porque no me toque de presidente de mesa, y otra vez los realismos mágicos de Tezanos y aquí Pedro Sánchez apareciendo como un estadista con pocas lecturas.
Ya no son las campañas como aquellas antiguas en las que sacaban un globo aerostático en los descampados de Repsol. Cuando hacíamos esas crónicas de color a políticos sin color, mates. En aquellos tiempos había besos, un mínimo programa. Daban de comer y se llevaban a una orquesta a amenizar lo que entendían como fin de campaña. Y sí, tenía la noche antes de la jornada de reflexión cierto prestigio de verbena. Qué tiempos.
Estuve en el Hay Festival de Segovia, en la residencia donde Urdangarin va a hacer su voluntado social, y cierto es que la Justicia y la Poesía se abren paso a pesar de este bloqueo que congela lo que somos y lo que podemos llegar a ser. España no merecía esto pero pasó, otro noviembre de buzoneo, de actos de aplaudidores terraplanistas. Lo que ha quedado claro, si es que algo puede quedar claro en este descalzaperros, es que la clase política va rozando la indecencia. Pedirle grandeza a estos 'pollos' es un imposible metafísico.
Y en este nuevo tiempo enlagunado, ay, otra vez los viernes sociales, la contemporización con los golpistas. Y el Sánchez uno y trino, con silencios, lugares comunes, ese vacío en la voz hueca y campanuda de quien se cree que creó la democracia.
Llegará el 10-N con España boqueando por las branquias y por las costuras democráticas. Si las instituciones funcionan es porque existe el Juez Marchena y profesionales que son como el Juez Marchena. Y así todo.
Al ciudadano ya no le queda más remedio que apretar las quijadas y creer en las virtudes redentoras de la abstención. Se han cruzado ya demasiados puentes y demasiados Rubicones. En el País Vasco los batasunos no quieren que los constitucionalistas hagan campaña en sus plazas, allí donde tan necesaria es una lluvia que limpie las miasmas. Y esto, pasa hoy tan desapercibido como aquella familia que sigue sin llegar a fin de mes.
Hay además una cosa perversa cuando se vota en el otoño frío. No sé, como que lo que vaya a salir de las urnas viene viciado y puede criar pulmonías o cosas peores. Por noviembre el Balneario sí muestra bellos atardeceres, pero nadie nos puede librar del helor del candidato, de que anochece más temprano y no se puede conectar con el telediario con el mar a oscuras.
A la pereza democrática se le vence. Lo que no sé es cómo. A ver de qué sirve noviembre. Yo no volveré a mirar una encuesta si no es por razones de fuerza mayor. Lo juro.
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