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En los bajos de la plaza de toros se ha hecho fuerte un espacio para la reflexión y la literaturaHay seis opciones de primero, seis de segundo y cuatro o cinco del postre, pan y bebida por nueve euros. Hay una reconciliación con la rutina en un menú del día junto a la Redacción del periódico, al solecito de la terraza en la Taberna ... de Juan. Hay amago de ventolera y el tiempo justo, así que una de callos, albóndigas, copa de tinto y cortado. Alberto se ha pedido un plato de arroz a la cubana que dan ganas de aplaudir como los entusiastas del avión cuando aterriza o de hacerle una foto con el móvil para restregársela en Instagram a los amantes de la quinoa y el queso feta.
V me preguntó una vez por qué se llamaba arroz a la cubana y como siempre no tenía ni idea de la respuesta. Claro que hemos quedado para comer también por otras respuestas, las que Marta Sanz le ha dado a Alberto esa mañana en la entrevista para el día siguiente. Dice Alberto que nunca se ha cruzado con alguien que hable tan rápido y que al mismo tiempo construya frases tan largas, certeras y rotundas. Las mejores no caben en los huecos de los titulares. Un ejemplo: «Parece que todo tenga que ser rapidito. Incluso en los festivales literarios, te dicen: 'Rapidito, rapidito, que la gente se aburre'. Es como si tuviéramos que estar sometidos a flashes muy luminosos, veloces y violentos que acabarán convirtiéndonos en una sociedad anoréxica en nuestros modos de enunciación y epiléptica en la cantidad de estímulos fosforescentes que recibimos». Pum.
Marta Sanz presenta su nueva novela en el centro cultural La Malagueta, resguardado de ese 'rapidito, rapidito' tras el burladero de una programación por la que pasan autores como Cristina Morales, Ben Clark o la propia Marta Sanz, donde gente como Rodrigo Fresán, Germán Sierra o Eloy Fernández Porta analizan la obra de David Foster Wallace, Jonathan Franzen o Mark Z. Danielewski. Y todo llega con ese aire tan reconocible como difícil de precisar que deja el buen gusto sostenido por una idea bien armada y coordinada, según el ciclo, por Txema Martín, Juan Francisco Ferré y Alejandro Simón Partal. El resultado es una de las agendas literarias más potentes del país, acompañada por el esfuerzo técnico de la retransmisión de todas las citas por Internet para poder verlas cuando y donde puedas y darle así una larga cambiada a los cenizos y a la pandemia que obliga a quedar a las cuatro y media de la tarde, hora muy taurina por otra parte.
Y así, en los bajos de la plaza de toros se ha hecho fuerte un espacio para la reflexión y la literatura, al que apenas cabe pedirle un mayor protagonismo de autoras y gestoras. A falta de apañar esto último, el regusto que deja semejante propuesta casi hace olvidar aquel amago para que ese centro cultural tuviera otros usos, otro rumbo, otra altura (o bajura) de miras. Parece que al final pudo la lógica –seamos, por una vez, bien pensados– y por La Malagueta están pasando primeros espadas de la mano de la cuadrilla de La Térmica, que ha encontrado allí una gozosa extensión más cerca del cogollito del centro histórico de la ciudad. Algo tenía que salir bien en este año raro, enderezado a golpe de pequeños fogonazos de felicidad, como los que dejan Marta Sanz, La Malagueta y un buen plato de arroz a la cubana.
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