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Pertenece a esa estirpe de sabios que despliegan la amabilidad como una forma de inteligencia. Habla con una cadencia casi sedosa y en su discurso ... van cayendo palabras y expresiones en alemán, inglés, francés o italiano, siempre con acento medido, como cada idea, cada reflexión en voz alta enlazada sin perder el hilo y sin remedio. Porque la idea inicial era publicar una entrevista con Francisco Jarauta (Zaragoza, 1941), filósofo, historiador del arte y pensador inquieto, que ayer visitaba la Casa Gerald Brenan para participar en el ciclo de conferencias 'Palacios de la memoria'. Pero se impone un cambio de planes después de dos cafés y casi una hora de grabación.
El motivo de la ponencia era el amplio conocimiento de Jarauta sobre la Casa y Museo de Goethe y el papel de aquella generación de intelectuales en la República de Weimar; sin embargo, la conversación deviene hacia la actualidad, de la mano por ejemplo de aquel «reino de la libertad» pregonado por el gran amigo de Goethe, Friedrich Schiller.
«Aquel reino de la libertad ahora es impensable. Hoy estamos dominados por un nuevo pragmatismo que se justifica siempre después de los hechos. ¿Funciona? Correcto. ¿No funciona? Revisémoslo. Ese revisionismo es todavía más alarmante a nivel global, porque estamos ante un mundo tan complejo que las instituciones que lo administran son absolutamente insuficientes», ofrece Jarauta, largo colaborador de instituciones como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, la Fundación Botín y el World Political Forum.
«Las instituciones heredadas de la segunda guerra mundial como las Naciones Unidas –sigue Jarauta–, han perdido eficacia, al mismo tiempo que han sido sustituidas por los nuevos poderes fácticos, que son las grandes corporaciones empresariales, que constituyen lo que podríamos llamar el consejo de administración del planeta».
Catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia y autor de textos cruciales para entender la evolución del pensamiento estético contemporáneo, Jarauta detiene su mirada atenta sobre la sociedad actual: «Nos ha tocado vivir la época más acelerada de la Historia humana y no sé si es un privilegio o un drama. El efecto que más medimos es acusar esa inestabilidad, esos cambios de referentes y perspectivas... Es realmente complicado».
Y en medio de la tormenta cotidiana, hay quien se aferra a las banderas o los sentimientos gregarios, soluciones de las que desconfía Jarauta: «El concepto de identidad está hipertrofiado en el mundo actual. Es más correcto, desde el punto de vista sociológico y antropológico, hablar de nomadismos errantes. Nuestra situación se ha ido construyendo en base a híbridos de todo tipo, no podemos refugiarnos en la bandera de la identidad. Eso no funciona».
Eso sí, Jarauta no olvida el peso de los lazos con el territorio propio: «Cuando hablamos de Europa sabemos difusamente de qué hablamos, pero cuando somos ciudadanos de Málaga, de Ronda o de Berlín somos ciudadanos de algún lugar. La geografía juega un papel fundamental para orientar la perspectiva de la representación política. Uno tiene que situarse en este mundo, pero también pensar las periferias. Y las periferias son infinitas».
En ese delicado equilibrio se juega la estabilidad íntima y comunitaria, sobre la que también reflexiona Jarauta: «La evolución de todos estos elementos ha ido generando una plataforma cero, innegociable, que es la de los derechos humanos. Cualquier violación de un derecho es una violación de la condición humana».
Un humanismo que a menudo choca con un «potenciadísimo individualismo». Y, medio de la zozobra, el filósofo descarta definirse optimista ni pesimista, para hacer suya la presentación de George Santayana: «Me considero un escéptico apasionado». Basta escucharlo durante una hora.
Es larga y fructífera la relación de Francisco Jarauta con Málaga, donde conserva muchos y viejos amigos, desde el director de la Casa Gerald Brenan, Alfredo Taján, hasta el gestor cultural Pedro Pizarro, coordinador del ciclo de conferencias 'Palacios de la memoria' que ayer devolvió a Jarauta a la ciudad.
Así que la ocasión era propicia para conocer su opinión sobre la evolución de la oferta cultural capitalina en los últimos años, capitaneada por los museos. Anunció Jarauta su elección de ser «diplomático». Y acto seguido, compartió: «La ciudad deja ver su entusiasmo que genera alrededor de la cultura. Cuál es el perfil de las curiosidades culturales, es otro asunto».
«Málaga ha reunido tantas condiciones que de alguna forma han convergido en una idea de ciudad», ofrece el catedrático antes de añadir: «Tengo grandes amigos en el Pompidou y ver aquí a Julio González, ahora, es una maravilla».
«Todas estas operaciones que arrancan desde la operación maravillosa del Museo Picasso Málaga es algo que merece estudiarse con calma. Como por ejemplo la reconstrucción allí en la Aduana, que tiene algo de faraónico, con esa asimetría interna clamorosa entre el gran edificio imperial y esa colección que, salvando la parte arqueológica, nunca me ha entusiasmado... Pero bueno, dije que iba a ser diplomático...», cierra el catedrático de Filosofía y teórico del arte, con una media sonrisa.
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