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A. AZPIROZ
MADRID.
Domingo, 1 de julio 2018, 00:14
«España no se puede permitir como democracia símbolos que separen a españoles. Algo inimaginable en Alemania o Italia tampoco lo puede ser en este país. Es una cuestión de cerrar heridas».
En su primera entrevista como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez dejó claro que modificará el actual estatus del Valle de los Caídos. Y esto incluye trasladar los restos del dictador Francisco Franco fuera del mausoleo, algo que no quisieron o a lo que no se atrevieron sus predecesores socialistas Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. «Veremos la fecha y el momento de una decisión que por supuesto tomaremos», zanjó Sánchez en relación a una exhumación a la que el pasado miércoles ya puso plazo límite. Se llevará a cabo de manera inmediata y antes de agosto.
Lo peculiar de estos 43 años de debate en torno al Valle de los Caídos es que Franco nunca pidió ser sepultado en este monumento que ordenó construir en un paraje idílico de la sierra madrileña. Su intención era ser enterrado en una capilla del cementerio de Mingorrubio, cercano al Palacio de El Pardo. Es allí donde descansan los restos de su esposa, Carmen Polo. «Franco no quería de ninguna de las maneras ir al Valle de los Caídos». Lo dice con absoluta certeza Juan de Ávalos, arquitecto, pintor e hijo del escultor del mismo nombre al que se le encargó el conjunto de estatuas que embellecen el monumento en el que finalmente se enterró al dictador.
De Ávalos guarda la misma estrecha relación con el Valle que mantuvo su padre, al que dos significados escultores del régimen intentaron apartar del proyecto por republicano. «En aquella época se podía ser republicano y no ser de izquierdas», explica su hijo.
Según relata el arquitecto, Carmen Polo fue a visitar la capilla de Mingorrubio a raíz de que el dictador sufriera una primera hemorragia. «Cuando Franco le preguntó por el lugar, ella le respondió que era demasiado lujosa. Si la capilla ya le parecía así me imagino que el Valle de los Caídos sería como mínimo lujosísimo», ironiza De Ávalos.
Con Franco moribundo, el Gobierno de Arias Navarro decidió dejar de lado la voluntad del dictador y acondicionar un lugar para él dentro del Valle de los Caídos. Según De Ávalos, muy pocos días antes del entierro se le encargó al director general de una empresa de construcción preparar la tumba. Tras la muerte, una orden del Rey Juan Carlos fijó el monumento como lugar para el enterramiento.
La decisión de sepultar a Franco en el Valle de los Caídos ha unido desde entonces el monumento a la dictadura, algo que el Gobierno de Sánchez considera que se puede corregir con el traslado de sus restos.
La propuesta socialista de reforma de la Ley de Memoria Histórica aboga por transformar el monumento en «un Centro Nacional de Memoria para que deje de ser un lugar de memoria franquista y nacional-católica» y reconvertirse en un espacio para «la cultura de la reconciliación, de la memoria colectiva democrática, y de dignificación y reconocimiento de las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura».
Albert Rivera defiende convertirlo en un cementerio nacional, a semejanza al de Arlington, donde Estados Unidos da sepultura a sus militares muertos en combate. Para Izquierda Unida es necesario desacralizar el lugar y rebautizarlo como «Valle de Cuelgamuros». Quien más lejos ha llegado es el senador de Compromís Carles Mulet, quien defiende la demolición como única forma de no dejar «reminiscencias».
De Ávalos tiene una propuesta propia, ajena a la política y basada en la reconciliación y la pasión por el arte. «Creo que lo que hay que hacer es defender aquéllo como una consecuencia del trabajo de unos artistas, ingenieros, canteros, albañiles o pintores. Allí hay mucha cultura», sostiene. Apuesta por la creación de un museo donde se guarde la inmensa documentación escrita sobre el Valle de los Caídos y su construcción. Respecto a los enterramientos, opina que si la familia de alguna de las más de 33.000 personas sepultadas allí no quiere que su pariente yazca bajo la cruz se le ofrezca otro emplazamiento dentro de los más de 110.000 metros cuadrados de explanada.
Y, por último, propone inscribir en el mármol negro que decora ambos lados de la entrada de la basílica los nombres de los fallecidos y enterrados allí, murieran a manos de un bando u otro. «Eso sí», matiza; «aconsejo que se pongan por orden alfabético y no a derecha e izquierda».
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