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Lleva dos noches sin dormir. Desde el domingo, en su habitación del hotel Mont-Palau, en Pineda de Mar, escucha a través de la ventana del cuarto de baño una banda sonora de insultos. (Ver imágenes de las protestas). «Gritan ‘fuera de ... nuestra tierra’, nos llaman ‘fuerza de ocupación’. Lo más bonito que nos dicen es ‘españoles’, como si fuera una ofensa. Pero lo que más repiten es ‘asesinos, cobardes y cosas así’», afirma el policía, uno de los 150 agentes desplazados desde Málaga a Cataluña por el 1-O. A veces se oye algún petardo, como el de anoche (la del lunes al martes), que sonó «como una bomba» a las cinco de la madrugada, cuando ya iba a conciliar el sueño. Desde esa misma ventana, la del cuarto de baño, observa a unos cuantos mossos del retén compuesto por cuatro furgones antidisturbios que permanecían ayer aparcados en la puerta y que presencian impasibles la escena. «¿No hacéis nada?», preguntaron a los policías autonómicos desde sus habitaciones. «Ni nos miran a la cara. Se fueron andando tan tranquilos después del ‘bombazo’. La pasividad con la que están trabajando es terrible», afirma.
La indignación que siente, y que macera en el encierro del hotel, le mueve a romper su silencio. La única condición que pone es mantener el anonimato. Lo llamaremos Pedro. Él es uno de los agentes malagueños hospedados en uno de los hoteles de la polémica. Ayer, los gerentes de varios de estos establecimientos amagaron con desalojarlos por presiones políticas del sector independentista y amenazas de cierre de hasta cinco años. Ante el «acoso» que están sufriendo los policías, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, les ordenó que no abandonasen sus habitaciones y anunció, a través del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, que estas presiones «tendrán una respuesta jurídica».
Pedro asegura que en los 15 años que lleva de carrera profesional no ha vivido una situación como la de Cataluña. «Ni en el peor barrio marginal en el que hayamos entrado para efectuar detenciones me he sentido como aquí. Ahí te tratan perfectamente en comparación con lo que estamos viviendo en Cataluña. Nos han tratado como perros». Al momento, matiza: «No todo el mundo, son solo unos pocos. Siete de cada 10 personas con las que nos cruzamos por la calle nos muestran su apoyo. Incluso una chica de 18 años, que según nos dijo era hija de un mosso, nos pidió que por favor no nos vayamos de aquí».
Esa misma división se escenificó en la puerta del hotel donde se aloja. Frente a la concentración independentista, que les dedica insultos y gritos de ‘fuera, fuera’ (ver las imágenes de los insultos), ha surgido, al otro lado de la calle, otro grupo de personas que les apoyan, como también hizo el líder del PP catalán, Xavier García Albiol, quien se presentó en el hotel para mostrarles su respaldo. Los agentes respondieron con gritos de ‘Viva España y viva Cataluña’. «La gente del pueblo nos está tratando fenomenal, los que están aquí concentrados vienen de fuera», aclara Pedro, que considera «humillante» que tuvieran que ser escoltados hasta el hotel. «Hay mossos que nos hacen cortes de mangas y se ríen de nosotros cuando pasamos junto a ellos. Para estar así, nos vamos a Málaga». Su viaje, de momento, no tiene billete de vuelta. La orden de servicio se ha ampliado hasta el día 11.
José (nombre ficticio), otro de los compañeros desplazados a Cataluña, asegura que vio cómo un agente de la policía autonómica les hacía una peineta. «Pero son muy pocos. El que estaba justo detrás de él agachó la cabeza avergonzado». La situación, para él, está siendo «frustrante». «Nosotros no necesitamos que nos protejan, somos agentes antidisturbios y estamos entrenados para actuar en situaciones de desórdenes públicos. Pero si están los mossos, no podemos actuar. No he tenido miedo, pero sí me he sentido desamparado y humillado. Que un policía antidisturbios tenga que encerrarse en un hotel...».
Aunque ni él ni Pedro resultaron heridos en los enfrentamientos (estuvieron destinados a la protección de edificios públicos), ambos han percibido un antes y un después del 1-O. Andrés (tampoco es su nombre real), que pertenece a la Unidad de Intervención Policial (UIP) de Málaga, coincide con ellos. «Nos acogieron con normalidad al llegar (a mediados de la semana pasada), pero después del 1-O todo ha cambiado. La situación ha derivado en una crisis antiespañolista muy severa. La crispación está subiendo por momentos», explica.
Él sí participó en la retirada de urnas en cuatro colegios electorales, y vivió en sus propias carnes la resistencia ciudadana. «Lo que más me llamó la atención es que las personas que me encontré en el primero, volví a encontrármelas una hora después en el segundo y después en el tercero. Parece que son muchos, pero no son tantos. Hay una masa social que se mueve rápido por diferentes puntos y que, si es necesario, se divide y se reparte. A nosotros nos resulta chocante porque siempre nos topamos con las mismas caras: en los colegios, en la delegación, en la entrada de nuestra jefatura...».
Para él, el espectáculo que se vivió en la puerta de los colegios obedeció a una «coreografía que tenían preparada». «Lo primero que veíamos al llegar era tres o cuatro ambulancias, esperando. Antes de que actuáramos, varias mujeres de mediana edad se tiraban directamente al suelo, como si les hubiésemos hecho algo. Buscaban la imagen de los sanitarios atendiendo gente. Luego había cientos de personas grabando todo, impasibles. Es como si esa fuese su misión».
El agente, con años de experiencia en la UIP, asegura que tenían instrucciones de emplear «la fuerza mínima» y ser especialmente cuidadosos cuando se tratara de personas mayores o niños. «La situación más tensa la vivimos en el último de los colegios, porque se concentraron todos (en referencia a esa masa social de la que habla). La gente se nos echó encima, bloqueaban las furgonetas, nos daban patadas y nos escupían». Una de las imágenes que se le han quedado en la retina fue la de cuatro adolescentes de 13 o 14 años enfundados en una bandera estelada. Nos gritaban asesinos y se acercaron mucho a nosotros. Pretendían que les golpeásemos. Buscaban la imagen de un policía pegando a un menor. No lo consiguieron». La intervención del 1-O le ha dejado algún hematoma y unos cuantos arañazos, pero lo peor, dice, es la sensación «amarga y triste» que le ha producido el «odio y la repulsa de gente que ni siquiera nos conoce».
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