
Juan Verde
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Juan Verde
Juan Verde (Gran Canaria, 1971) es un ciudadano del mundo que conserva la cadencia del acento insular, trufa las respuestas con el inglés de los ... Estados Unidos en los que lleva residiendo cuatro décadas y habla del 'nosotros' europeo. En la veintena trabajó para los Clinton, luego fue subsecretario adjunto en el Departamento de Comercio bajo mandato de Barack Obama y, en el último cuatrienio, integró el Consejo Asesor de Joe Biden. Luce la primavera en San Sebastián, donde acaba de participar junto a los exministros Borrell y García-Margallo en la jornada empresarial anual de Elkargi, y bajo el sol los negros nubarrones del trumpismo casi parecen irreales.
–¿Cómo hemos llegado a esto?
–Estados Unidos es hoy un país extremadamente polarizado. Deslocalizar la producción industrial a China tuvo un impacto severo en la capacidad económica de la clase media, sobre todo en la que no estaba formada y cuyos trabajos eran difíciles de reemplazar. Hemos pasado en una sola generación de que una persona con un buen empleo pudiera comprarse una casa, irse de vacaciones y mandar a sus hijos a la universidad a que, ahora, un trabajador 'full time' no llega a fin de mes. Esto tiene que ver con el distanciamiento entre el votante y los partidos tradicionales; ahí surge el populismo. Y Trump no deja de ser una opción populista.
–Ya no tiene oposición entre los republicanos.
–La suya ni siquiera es una ideología conservadora. Ha creado un culto a la personalidad, es trumpista ante todo. Y ha logrado quedarse. Se enfrentó a 17 candidatos la primera vez y les ganó. Una vez que toma el poder, hace que desaparezca toda oposición. Estamos en un asalto directo a los valores democráticos intentando manipular las instituciones, haciendo lo posible para que el sistema electoral aparezca como no legítimo, tratando de utilizar el FBI, la Policía, los jueces o los medios para concentrar más y más poder. Lo que debería preocuparnos es qué hacemos a partir de ahora; el cómo llega es más sota, caballo y rey
–Supongo que alguna vez ha coincidido con Trump.
–Sí, en dos ocasiones.
–No tiene que resultar sencillo sentarse con alguien como él.
–Te das cuenta de que es una persona narcisista, egocéntrica, que se cree el salvador de la patria y que está por encima intelectualmente de los demás. No hay peor tonto que el cree que no lo es.
–Si tuviera que definirlo, ¿qué es políticamente?
–No es nada fácil (pausa larga). En mi opinión, es el resultado de la desestructuración de la democracia en Estados Unidos, de la fractura del sistema. En el momento en que la sociedad se polariza, la base se sitúa en los extremos, que es donde él se siente cómodo, en el barro.
–¿Está en riesgo la democracia?
–Me temo que sí. Trump se lo está poniendo muy difícil al Partido Demócrata para que pueda ganar unas elecciones de manera justa.
–¿Cómo?
–Cuestionando la legitimidad del sistema: funciona si yo gano; si no, es porque hay trampa. Y utilizando todas las instituciones a su favor. Si pones y quitas a los jueces para que luego definan los distritos electorales, eso te permite crear un sistema que no es justo. Yo llevo viviendo en Estados Unidos 39 años y creo que una guerra civil es posible. No probable, pero por primera vez en mi vida creo que es posible. Y eso tiene que ver con la extrema polarización. Hay casi 300.000 milicias armadas con señores que entrenan los fines de semana porque creen que el sistema está en su contra y que la democracia no es legítima. Eso es muy preocupante. Y ya lo hemos vivido antes, con Mussolini, con Hitler, en los años 30 del siglo XX.
–¿Por qué el Partido Demócrata no supo dar respuesta a los expulsados de la globalización?
–El partido perdió su rumbo. Durante décadas tuvo como base a los sindicalistas, a los empleados públicos, a los de las fábricas de la industria, las minorías, los inmigrantes. Abandonamos ese espacio político, en parte porque el partido está en manos de una lucha visceral entre dos formas de entenderlo: la parte más a la izquierda y la que se parece más a un partido conservador en política económica. Pero eso no lo explica todo, porque ¿por qué hay personas dispuestas a verse representadas en un billonario como Trump? Es por la falsa promesa de que es el mesías y que solo él puede dar soluciones fáciles a problemas complejos.
–Millones de sus compatriotas se lo creen.
–Sí, porque es gente que no tiene nada que perder. Una persona que pierde su trabajo con 50 o 55 años y que ya no vuelve al mercado laboral siente un odio visceral hacia el sistema que no ha sabido protegerlo. Y aparece alguien como Trump, un mesías. Y la culpa es de los inmigrantes, del FBI, del Gobierno federal...
–¿Qué hizo mal Biden?
–Es una pena, porque creo que pasará a la historia como uno de los grandes presidentes. Sacó a EE UU de la grave crisis de la covid, muy mal gestionada por Trump. Cogimos el país con el mayor déficit y lo dejamos con el mayor superávit. Hicimos la mayor inversión en I+D+I, en educación, en transición ecológica, en investigación contra el cáncer… Eso solo lo puede hacer alguien de 82 años porque no está pensando en la reelección, sino en su legado histórico. Biden no pensó en el rédito político y le pasó factura. Trump no ganó las elecciones, las perdió el Partido Demócrata. Él tiene la astucia de decirle a la gente lo que quiere oír, de la manera en que lo quiere oír y cuando lo quiere oír. Combatir eso es muy difícil. Mi esperanza son los movimientos ciudadanos y la sociedad civil.
–¿Esa expectativa es real?
–Le pasará factura. Las medidas que está tomando tienen un impacto directo en decenas de miles de personas. No ha habido una sola vez en ningún país del mundo en que los aranceles no hayan tenido un impacto inflacionario. y eso no es sostenible. La moratoria es una clara señal de que se le pueden ir las cosas de la mano. Se ha dado cuenta de que podía acelerar una recesión.
–Usted, que es un atlantista convencido, ¿qué cree que tiene que hacer la UE? ¿Replicar con la misma moneda, buscar resquicios para la negociación, explorar otros mercados?
–Lo primero, negociar con Estados Unidos, pero desde una posición de igual a igual. En segundo lugar, tiene que diversificar sus fuentes, sus mercados, sus aliados. Y en tercero, cualquier negociación con Trump tiene que venir con mecanismos de revisión, de resolución de conflictos. Pero a Europa no le queda más remedio. Porque es ahora o nunca. Si no es capaz de despertar, difícilmente lo hará en un futuro. Y si nos dividimos, es el fin de la relevancia europea. Más que nunca necesitamos más Europa.
–Sostiene que poner límites a China es lo único que une hoy a demócratas y republicanos.
–Veo un mundo totalmente polarizado, una nueva Guerra fría donde los países van a tener que elegir. Cuando hay dos rivales que se entienden como rivales ideológica, comercial y culturalmente, no veo cómo podemos convivir.
–¿Y dónde debe situarse Europa y dónde España?
–La fórmula es la misma: necesitamos un pacto de Estado europeo al igual que un pacto de Estado nacional. Lo que está en juego es la viabilidad de Europa como proyecto. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en Madrid, ¿cómo vamos a hacerlo en Bruselas?
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