A las ocho de la mañana, en un rincón de la cocina, empieza la jornada laboral de Toñi. No es su verdadero nombre, teme perder su trabajo si da la cara. Por coser zapatos en casa le pagan la hora entre euro y medio y dos. Con muchas horas, incluidos algunos fines de semana, se saca un sueldo. "De 600 euros no pasa", explica. Cansadas de esta precariedad laboral que afecta a más de 7.000 mujeres, las aparadoras del calzado han creado una asociación inspiradas en el movimiento de las "kellys", las camareras de piso. Ya son más de 100 en la asociación. Trabajadoras como Isabel, que ha trabajado cuarenta años y solo tiene seis cotizados. Ahora no puede coser por un problema en las manos, pero en la economía sumergida en la que han trabajado no existen las enfermedades laborales.
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