Los resultados abultados de la recogida de avales para las elecciones primarias indican una gran movilización no sólo de los candidatos sino también de las propias bases, sin cuya efervescencia hubiera sido muy difícil una participación tan intensiva: más de 132.000 de los 187.000 afiliados censados han apoyado a Susana Díaz (más de 63.000), a Pedro Sánchez (más de 57.000) y a Patxi López (más de 12.000). En las primarias de 2014, que ganó Pedro Sánchez, se presentaron sólo 76.000 avales en total.

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A la vista de estas cifras, es obvio que el nuevo secretario general será uno de los dos candidatos en cabeza, Díaz o Sánchez. Y la lógica del proceso parece indicar que Sánchez, aunque ubicado en segundo lugar, cuenta con cierta ventaja.

La razón es fácil de entender: los avales son públicos y el voto final es secreto. Y en una situación tan complicada para el PSOE como la actual, el candidato que posee el favor del aparato, claramente Susana Díaz, ha tenido más facilidad que su adversario a la hora de reclamar adhesiones públicas. Hay que tener en cuenta que muchos afiliados/votantes tienen cargos orgánicos en el partido o en las instituciones, que podrían perder si se desalinearan del aparato, de la estructura de poder. En consecuencia, si bien es prácticamente seguro que todos los avalistas de Sánchez le votarán, no lo es tanto que quienes han avalado a Susana Díaz vayan a votarla.

Este fenómeno, que los periodistas ya hemos bautizado como efecto Borrell, se manifestó por primera vez en 1998, cuando el advenedizo Borrell compitió en primarias con el secretario general, Almunia. Este consiguió más avales que aquel, y sin embargo Borrell obtuvo más de 21.000 votos más que el teórico líder del partido en aquel momento.

Ahora, la cuestión está en saber si los apenas 6.000 votos que separan a Díaz de Pedro Sánchez serán o no suficientes para contrarrestar ese efecto También tendrá influencia en el resultado final lo que hagan quienes apoyan a Patxi López, que podrían mantenerse fieles a su candidatura u optar por el voto útil, inclinándose por una de las otras dos.

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La suerte está echada, y sólo resta aguardar al debate que mantendrán los candidatos y a las propias elecciones del día 21. Lo preocupante de este proceso es, en todo caso, que se ha desarrollado en medio de una gran tensión, con un enfrentamiento ideológico profundo que ha rozado a veces lo personal. Lo que sugiere que, gane quien gane, la unidad del partido puede ser difícil de restaurar.

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