Los dos policías muertos en Afganistán distraen la atención de cualquier detalle del atentado. El fanatismo islámico, en este caso de los talibanes tradicionalmente vinculados a Al Qaeda, ha vuelto a golpear. Y a causar víctimas españolas, igual que en otras muchas situaciones las víctimas pertenecían a otros países. Todas son de lamentar, todos sus familiares merecen la solidaridad de cualquier ser con un mínimo de sensibilidad humana, pero cuando se trata de compatriotas, como en esta ocasión, no cabe duda que el dolor para los españoles es mayor.
Publicidad
Y más cuando murieron cumpliendo con su deber, defendiendo nuestra representación diplomática en Kabul y de rebote a la democracia, la libertad y la igualdad que deseamos e intentamos proporcionarles a todos los afganos frente al sectarismo y la intolerancia de quienes intentan eliminar a quienes no comparten sus creencias ni sus métodos de represión de la buena convivencia. Es de esperar que ambos reciban aquí en España el reconocimiento que se les debe y que sus familias, además del consuelo oficial y social, reciban la ayuda que necesitarán para rehacer sus vidas.
Lo que no se entiende es la forma en que el Gobierno, y más concretamente el presidente, manejó la información sobre el atentado en las primeras horas. El ministerio de Asuntos Exteriores, que en materia de transparencia informativa es el que mejor responde a los nuevos tiempos, facilitó una primera noticia sobre el atentado sufrido por la Embajada. Era una noticia aún imprecisa, como resultaba lógico en función de su rapidez. Pero enseguida el presidente Rajoy, siguiendo una tradición de la política española de ocultar o disfrazar la verdad de los hechos, salió al paso asegurando que el ataque no había sido contra nuestra Embajada.
El Presidente, metido en campaña electoral, tal dio la impresión de que pretendía minimizar la gravedad del atentado negando que el objetivo hubiese sido la Embajada de España. ¿Acaso pretendía con eso convencer a alguien de que España no está en el punto de mira de los terroristas, igual que el resto de los países occidentales? Aunque es verdad que los militares españoles que estuvieron desplazados en Afganistán dejaron una buena imagen, nadie puede pensar que eso haya borrado a España, a los españoles y a sus intereses de las fobias, sadismo y sed de sangre de los talibanes. Los hechos conforme se fueron conociendo desmintieron esta posibilidad.
El atentado fue contra una zona protegida pero no tanto como para haberlo evitado. Y entre sus objetivos, seguramente no el único, estaba una residencia en la que vivían extranjeros y la Embajada de España, en el edificio contiguo. Es un hecho lamentable y, por otra parte, no es nuevo que una Embajada en Kabul y sus funcionarios corren grandes riesgos. No pasa nada por decirlo y por reconocerlo. Ya somos mayores de edad políticamente para saber que España tiene que colaborar a la paz internacional y que eso pone peligro para algunos compatriotas que lo afrontan con valentía. Lo ocurrido el 11-M en Madrid con la información no sirvió de escarmiento ni reafirmó que los ciudadanos tenemos derecho a conocer la verdad y los gobernantes a darla a conocer aunque algunas veces resulte duro hacerlo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.