J. V. Muñoz-Lacuna
Jueves, 16 de julio 2015, 15:33
Han pasado diez años desde que una barbacoa provocara uno de los incendios forestales más graves registrados en la historia reciente de España. El 16 de julio de 2005, el riojano Marcelino Herce, que pasaba un fin de semana campestre en La Riba de Saelices (Guadalajara), tuvo la fatal idea de encender la barbacoa en un día de fuertes vientos e intenso calor y sin tomar las mínimas precauciones. Las brasas saltaron rápidamente a un campo de cultivo situado a tan sólo un metro y medio de distancia y las llamas se extendieron a toda velocidad por los bosques cercanos.
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El día siguiente, el 17 de julio, once de los doce integrantes de un retén que trataba de controlar el loco avance del incendio morían abrasados al quedar atrapados entre las llamas. El único superviviente de la tragedia se salvó al refugiarse bajo el camión que conducía cuando vio acercarse la bola de fuego.
Diez años después de aquella tragedia humana y medioambiental, Marcelino Herce ha cumplido la pena a la que fue condenado por la Audiencia Provincial de Guadalajara por un delito de incendio forestal por imprudencia grave: dos años de prisión -no ingresó en la cárcel al carecer de antecedentes penales-, el pago de una multa de 3.600 euros y el abono de una indemnización de 10 millones de euros a la Junta de Castilla-La Mancha por los daños ecológicos causados y el gasto que supuso la extinción del fuego a lo largo de una semana. Diez millones que Marcelino no ha pagado al declararse insolvente para reunir tal cantidad de dinero.
En cuanto a las familias de las once víctimas mortales, además del dinero percibido por el seguro que tenían suscrito, la Junta de Castilla-La Mancha les pagó indemnizaciones que oscilaron entre los 102.000 euros que percibieron las cónyuges y los 42.000 que recibieron los hijos menores de edad.
Reforestación y lección aprendida
La comarca guadalajareña de Molina de Aragón que vivió aquellos días de infierno ya es testigo de los primeros resultados de los planes de reforestación en los bosques quemados. En pueblos como Cogulludo, Bustares o Condemios de Arriba se han iniciado las tareas de plantación de árboles que formarán parte de nuevos bosques con el paso de los años, evitando así la erosión. Además, se han iniciado las obras del Parador Nacional de Turismo de Molina de Aragón, promesa del expresidente Zapatero tras la tragedia para intentar relanzar la economía de una comarca castigada por la despoblación que sólo tenía en su medio natural de alto valor ecológico su principal recurso.
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Diez años después de aquel incendio, una lección aprendida por las autoridades -la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente de la Junta- es que no hay que menospreciar la fuerza del fuego. En 2005, los niveles de alerta se elevaron demasiado tarde, cuando el incendio era incontrolable. Se calcula que mil hectáreas llegaron a arder en sólo una hora durante los momentos de mayor fuerza del fuego. Diez años más tarde, cualquier conato de incendio es atendido con celeridad a pesar de la escasez de personal que siguen denunciando los trabajadores forestales.
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