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Nuria Vega
Viernes, 1 de mayo 2015, 07:31
El PP vive estos días la paradoja de gobernar con una mayoría absoluta y sentirse en fase de fin de ciclo. Lo que hace unos meses eran tímidas reflexiones sobre la necesidad de renovar el partido, hoy se ha convertido en un convencimiento que atraviesa la estructura de la formación en busca de la solución para sobrevivir y adaptarse a la sociedad. Pocos valoran, sin embargo, que esa certeza vaya a tener por ahora traslación alguna. «Ese es el drama, el saneamiento en política sólo se produce mediante la derrota», analizan fuentes populares que anticipan la reacción de la cúpula tras los comicios autonómicos y municipales de mayo. Ser primera fuerza, aun perdiendo fuelle y poder, será el clavo al que se aferrará el PP para seguir adelante, y una victoria, aun siendo pírrica, de las generales, podría retrasar el reciclaje del partido cuatro años más. «Es la maldición de ganar las elecciones», admite con resignación un dirigente de la organización.
La cita con las urnas en poco menos de un mes será, en todo caso, una prueba para el PP. La pérdida de peso en comunidades y ayuntamientos podría dar por finalizada la tregua de la campaña y disparar las críticas. La mayor parte de los cargos consultados dan por hecho que tras el 24-M el presidente deberá «mover algo». Pronostican que todo podría quedarse en un nombramiento que refuerce la dirección del partido, quizá a través de la figura de un coordinador, y en cambios de caras en algunos ministerios. «Introducir aire en el Ejecutivo», apuntan.
Por poco amigo de las modificaciones que sea Mariano Rajoy, en la formación recuerdan que el malestar es creciente y que en el grupo parlamentario muchos diputados se sienten ya molestos. En el Congreso no comprenden la gestión del Gobierno y el partido en casos como el de Rato, del que se enteran por la prensa, o el de la reforma del aborto, que a un mes de las elecciones revuelve las aguas del electorado popular. Detectan una «falta de contacto entre el Ejecutivo y el resto de la humanidad».
Nadie contempla, sin embargo, que este clima vaya a «estallar». El PP no es propenso a las revoluciones. Sí anticipan que el volumen de la reprobación subirá en los territorios después de las elecciones de mayo. «A quienes no puedan repetir no les tranquilizará lo de ser primera fuerza en la suma de votos de toda España, que se emplee ese argumento más bien les ofenderá», advierten fuentes populares que barajan que alcaldes y concejales no asuman como propia la derrota.
Sucesión
En el seno del PP inquietan, además, las tensiones entre «ellas» que no ayudan a calmar los ánimos y que restan en la carrera hacia las urnas. «Todo el mundo saben quiénes son», bromean por los pasillos de la cámara baja. La secretaria general, María Dolores de Cospedal, que confía en conservar el Gobierno de Castilla-La Mancha y salir reforzada, y la vicepresidenta del Ejecutivo, Soraya Sáenz de Santamaría. Y a su falta de empatía, se suma la guerra de «sus entornos», como señalan en la formación. Todos conservan en la memoria reciente el comunicado que en Semana Santa hicieron público los apoyos de Cospedal acusando, sin dar nombres, al vicesecretario, Javier Arenas, y a Sáenz de Santamaría de «desestabilizar el PP». En las filas populares interpretan que en el fondo se encuentra el interés de ambas en suceder a Rajoy y creen que, de ser así, han errado en el tiro y en el momento.
Mientras, el barón en boca de todos, el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, se deja ver. Sus compañeros piensan que aún «no se ha puesto el chándal para salir a correr». Pero eso no impide que comience a mostrarse. Un día hace la autocrítica que se reclama al líder, otro reconoce que la financiación del PP «ha sido un gran error», y un tercero plantea que en caso de perder las elecciones, el presidente debería «abrir un periodo de reflexión». Llegado el caso, él ya ha dejado claro que está aquí «para ser útil» a su mentor. Al fin y al cabo, de Rajoy dependerá la elección del heredero. Eso, siempre y cuando gane las generales.
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