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paula de las heras
Domingo, 25 de enero 2015, 22:46
Seis meses en el alambre. Hay casualidades que parecen jugadas del destino. Seguramente José Luis Rodríguez Zapatero no lo pensó. El último libro del exministro Jordi Sevilla entre sus manos. Los dedos colocados de forma que la frase puede leerse la perfección. Un letrero que resume, mejor que nada o nadie, lo que ha sido hasta ahora el mandato de Pedro Sánchez: seis meses en el alambre, entre otras cosas, porque aquellos que, como él, lo auparon a la secretaría general del PSOE el pasado julio le han vuelto la espalda en un tiempo récord. «¿Cómo pude equivocarme tanto?», dicen en el partido que se lamenta Susana Díaz.
Es difícil dar con quien explique el momento exacto en el que todo dio la vuelta. Quizá fuera un cúmulo de cosas: la sensación de que al secretario general le falta un discurso solvente, su ceguera para entender que en toda organización humana hay que saber tejer complicidades y «cuidar» a la gente, que José Blanco no entendería que le exigieran el dinero de la defensa del caso Campeón; que a Felipe González le chirriaría la cruzada contra las puertas giratorias; que Zapatero no comprendería que se le tratara como un traidor a la causa socialdemócrata por llevar la regla de oro del déficit a la Constitución; que por vender un nuevo PSOE no podía decir que estuvo con Alfredo Pérez Rubalcaba pero poco...
Hay, sin embargo, quien sostiene que Sánchez vulneró un pacto no escrito cuando, al poco tiempo de llegar al cargo, empezó su campaña a la Presidencia del Gobierno y que eso fue lo que encendió todas las alarmas en la federación andaluza, la más poderosa en el PSOE.
Él defiende que nadie se puede sentir engañado, que siempre fue claro al afirmar que se presentaba a la secretaría general para cambiar España. «Nosotros replica, en cambio, uno de los barones que forjó con Susana Díaz la alianza para colocarlo al frente del partido sólo lo elegimos para la secretaría general. Nunca le dijimos que le apoyábamos como candidato a la Presidencia del Gobierno». El primer partido de la oposición vive ahora un escenario de guerra fría. Las cosas parecían haberse calmado durante las navidades. Tras lanzar su recado «En política hay que ser sincero: yo tengo ambición», Susana Díaz había abierto una suerte de tregua con la fecha límite del 24 de mayo, las elecciones municipales y autonómicas. A nadie le cabía duda de que un mal resultado del PSOE en España podía significar el principio del fin de Sánchez. Que la lideresa andaluza no dudaría en blandir las cifras de su territorio, previsiblemente por encima de la media para reclamar el trono.
Aval y paso al frente
Pero esta semana volvió el ruido de sables. La noticia del adelanto electoral planeado por Díaz en Andalucía, sin conocimiento de Sánchez, sonó como confirmación de un plan que casi todo el partido da por hecho: obtenido por fin el aval de las urnas andaluzas, es presidenta porque José Antonio Griñán le cedió el puesto, estará en mejores condiciones de dar la batalla. Muchos de los que en julio le animaron a que diera el paso aguardan el momento, entre ellos, Zapatero «Estamos ante una operación de Estado, tienes que retirarte», le dijo a Eduardo Madina el expresidente, en vísperas del congreso extraordinario.
Incluso algunos de los que no se opusieron a esa jugada admiten que la idea no les disgusta. «Me resulta tranquilizador saber que tenemos un plan B si las cosas nos van mal en mayo», dice uno de ellos. «En política comenta un antiguo dirigente que conoció épocas convulsas hay una cosa muy difícil de saber y es que estás muerto. Puedes estar años de muerto viviente». Eso es lo que, a su juicio, le ocurre a Sánchez. Pero no todos creen que la batalla esté perdida. Algunos cargos advierten de que, para buena parte de las bases, la maniobra de Díaz resulta difícil de entender, que cuestionar al secretario general cuando apenas se la ha dado la oportunidad de construir nada es injusto y que podría estar despertando una suerte de «patriotismo de partido».
En Ferraz hubo esta semana toque de corneta. Se busca el reagrupamiento. La dirección sostiene que si hay guerra ganarán y el propio Sánchez blande el voto de los casi 59.000 afiliados que le hicieron líder hace seis meses. «Se equivocan quienes creen que la voz de los militantes de base debe tener un corto recorrido», dijo el miércoles. Sus rivales desprecian el argumento. No entiende, dicen, que la suya fue una «victoria prestada».
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