Antonio Contreras
Málaga
Viernes, 12 de enero 2024, 00:56
Hace setenta años las familias españolas hacían su vida, en la gran mayoría de los casos, sin coche propio. Solo los más pudientes y asentados podían permitirse un coche como método de movilidad. La clase trabajadora no tenía más remedio que optar por las motocicletas, ... con o sin sidecar, o micro coches como el Isetta. En 1957, en el país vecino italiano apareció un coche de pequeño tamaño dirigido a la clase media. Un coche para todos los bolsillos. Su rotundo éxito lleva a la Sociedad Española de Automóviles de Turismo (SEAT) a importar el modelo y comenzar la fabricación, bajo licencia Fiat, del coche que cambiaría para siempre la historia de la automoción española ese mismo año: el SEAT 600.
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Se trataba de un pequeño utilitario de unas líneas preciosas, que consiguió encandilar a una enorme cantidad de población gracias a su diseño, pero sobre todo a su precio. Se trataba del primer coche auténtico pensado para el pueblo, para la clase trabajadora. Con un precio de 65.000 pesetas (algo más de 390 euros al cambio) se situaba como una máquina de cuatro ruedas relativamente asequible. Y digo relativamente porque, para ponernos en contexto, el salario mínimo en 1963 era de 1.800 pesetas, por lo que, al igual que la adquisición de un inmueble, la compra de un 600 requería cierto nivel de endeudamiento.
Diseñado por Dante Giacosa, en un primer momento los coches se importaban directamente desde Italia, hasta que poco tiempo después de su aparición en el mercado español y su enorme acogida, hizo que SEAT firmase un acuerdo con Fiat para comenzar a producirlo en sus fábricas desde el 27 de junio de 1957.
El enorme volumen de pedidos hizo que empezaran a aparecer multitud de variedades del 600. Del pequeñín de dos puertas y tan solo 3,29 metros de largo, apodado como pelotilla entre los españoles, surgieron variantes de toda clase: desde un 600 descapotable hasta vehículos comerciales.
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Se trataba de un coche pequeño y espartano homologado para cuatro personas. Pero ni sus medidas, ni el número de asientos o el hecho de que solo tuviera puertas delanteras impidió que las familias jugasen al Tetris en su interior para ingeniárselas y acabar todos dentro.
Su reducido espacio (aunque muy bien aprovechado teniendo en cuenta su tamaño), hizo que las bacas en el techo fuesen el accesorio de moda en el modelo. Dentro no había espacio y el cofre trasero estaba ocupado por el motor.
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La primera serie del 600 montaba un motor de 633 centímetros cúbicos (de ahí el nombre del modelo), capaz de desarrollar 21,5 caballos de potencia (con números así lo que hay tras la coma también importa). Con todo, era capaz de hacer el cero a cien en… empiezo de nuevo. Con todo, era capaz de conseguir una punta de 95 kilómetros por hora. Son cifras irrisorias para la actualidad, pero cabe recordar que en el momento de presentación de este coche aún existían un buen número de tramos que ni siquiera estaban asfaltados.
La demanda superó con creces a la producción, llegando a existir listas de espera superiores a los dos años. La desbocada situación llevó a la compañía española a establecer los pagos anticipados por primera vez en su historia.
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En 1963, para poder seguir siendo competitivo ante sus rivales, como el Renault 5, aparece el 600D. Un SEAT 600 con un motor mejorado que le permitía alcanzar los 108 kilómetros por hora de punta gracias a un aumento de cilindrada (de 633cc a 767cc) y potencia (de 21,5 caballos a 29).
Las constantes mejoras y llegadas de nuevas versiones siguieron sucediéndose para intentar mantener al 600 lo más actualizado posible. Sin embargo, con el paso de los años, el modelo acusaba el tiempo que llevaba en el mercado, sintiéndose desfasado no solo ante sus rivales, si no también ante el resto de modelos de la propia compañía.
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Esto, sumado a algunos problemas de refrigeración en el motor y la imposibilidad de instalar cinturones de seguridad, llevaron al cese de su producción en 1973.
El SEAT 600 dijo adiós convertido en leyenda y habiendo cumplido con creces su objetivo: convertirse en el primer coche del pueblo español, con más de 800.000 unidades fabricadas en el momento de su despedida.
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