DAVID LERMA
Estepona
Domingo, 9 de octubre 2022, 17:49
A las once de la mañana, un padre y su hija de diez años esperan cita sentados en la sala de espera del Gabinete Psicopedagógico de Estepona, que atiende a niños y adolescentes en la última planta del Centro Cultural Padre Manuel. Allí un equipo ... de cuatro psicólogas clínicas atienden cada trimestre escolar a entre 75 y 80 menores, «aunque aumentan en el segundo trimestre», asegura Carmen Lavín, psicóloga clínica y coordinadora. Con el comienzo de las clases, los problemas y el malestar de los más jóvenes se agudizan. «Entonces podemos llegar hasta los cien niños». En un despacho cercano, se encuentra también Nuria B. Cintrado, a cargo del Gabinete para la Adolescencia y la Juventud. Ambas instituciones, dependientes del Ayuntamiento, fueron creadas a comienzos de los años noventa para atender una realidad que ya entonces necesitaba algo más que terapias conductuales para tratar la ansiedad o los problemas académicos.
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Carmen Lavín lleva 21 años tratando a menores de trece años. Su trabajo va más allá de pasar consulta en el pequeño despecho en el que trabaja. «También me ocupo de atender las escuelas infantiles. Nadie le da mucha importancia a esto, pero me parece muy importante». En Estepona hay cinco guarderías municipales a las que acuden 370 niños, donde Lavín trabaja en la más necesaria línea de trabajo, la detección. «Desde mi punto de vista, es muy importante. Hacemos una labor preventiva enorme».
Asistida por sus compañeras psicólogas María Eugenia Arques y Cristina Galán, Lavín registra casos de niños con autismo, problemas de madurez, hiperactividad e incluso a padres primerizos superados por las circunstancia porque no saben qué le pasa a su hijo. «Cuántos niños están yendo al colegio y son autistas y sus padres no lo saben», afirma. «Cuanto antes se detecte, mejor será su futuro. Por desgracia, cada vez hay más casos, pero no sabemos por qué». Cuando Lavín detecta uno, habla con los padres, pero nunca arriesga un diagnóstico definitivo. «Los derivo a un pediatra y a atención temprana».
También, confirma Lavín, han aumentado los casos de síndrome de Asperger, una forma «suave» dentro de los transtornos del espectro autista. «A veces a los niños con altas capacidades se les confunde con Asperger», explica, por cosas como «saberse con dos años el nombre de los colores en inglés». Lavín y su equipo tienen mucha experiencia, más necesaria en ocasiones que el puro conocimiento académico. «Cada niño tiene un mundo, una familia y una identidad. A veces me llegan padres y me dicen: mi niño es muy listo, pero luego fracasan escolarmente. No siempre es bonito las altas capacidades».
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En las consultas, Lavín se enfrenta a problemas de comportamiento que tratan con técnicas cognitivo-conductuales. «La mayoría de los casos vienen con cosas como mi niño no me obedece, no me hace caso, no quiere estudiar, me contesta. Los casos graves los terminamos derivando. Vienen mucho niños a raíz de una separación, que es uno de los casos más comunes. Muchas veces no es porque lo estén pasando mal. El problema son los padres. Los niños se adaptan a todo y tienen una resiliencia que no tenemos muchos adultos».
Esa resistencia se ha visto en ocasiones quebrada. Durante la pandemia, Lavín y sus compañeras siguieron trabajando telefónicamente. «Más que la cuarentena fue lo que vino después. En casa estaban protegidos. Los adolescentes sí estaban ansiosos por que no podían salir y ver a sus amigos. No tenían el contacto que antes solían tener, a pesar de las videollamadas».
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Muchos jóvenes, explica, se han enganchado a la tecnología y los videojuegos. «Se aislaron del mundo. Hay niños que no quieren salir a la calle porque creen que lo tienen todo en casa. No quieren ir al colegio o al instituto. La exposición controlada no es mala. Los niños viven en este mundo y no los puedes apartar de él, pero si no tienen una personalidad fuerte, se dejan arrastrar por lo que hacen sus amigos». No obstante, cuando Lavín quiere romper el hielo con un niño, a veces menciona los videojuegos, pero nunca, insiste, «le digo que tiene un problema».
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