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JOAQUINA DUEÑAS
Marbella
Jueves, 9 de junio 2022, 09:36
Isabel y su familia apenas han dormido. Han pasado la noche entre la carpa De San Pedro y su furgoneta. «Estamos muy preocupados. Desde aquí veíamos el fuego toda la noche». Ahora apenas se atisba el perfil de sierra entre el denso humo.
Por la ... noche le atendieron los sanitarios y ahora sigue pendiente de cómo se siente. «Tengo la tensión y el azúcar descontrolados con todo esto», dice.
En la explanada de la carpa De San Pedro queda mucha menos gente que por la noche. La mayoría se ha ido a trabajar. Así anda Georgia que busca sus zapatos en la furgoneta. Trabaja en Guadalmina y a pesar de que apenas ha dormido «unas horitas», ya está preparada para comenzar la jornada.
Muchos de los pequeños siguen durmiendo en los coches, otros ya empiezan a desayunar.
María lleva tres años en Benahavís y dice que está muy preocupada por cómo estará todo. «Por ahora no nos han dado ninguna novedad. Estamos más tranquilos porque anoche nos dijeron que estaba controlado y que solo era por el humo», comenta. Un humo que se ve denso desde donde se encuentran.
«No paro de pensar en si me he dejado alguna ventana abierta. Como salimos corriendo», asegura.
Sue y su marido Paul, que están de vacaciones en una casa propiedad de su hija, no conocen a nadie por allí y no hablan español. «Hemos podido dormir un poco en las camas de dentro», dice Sue mientras pide a María permiso para abrazar a su cachorro de tres meses. Un poco de dopamina en medio de la tristeza. «Creo que esto va a ser más largo», lamenta la británica.
La carpa de San Pedro ha sido el lugar habilitado para acoger a los vecinos de Benahavís desalojados por el incendio de Pujerra. No había tanta gente como cabría esperar después de la salida de unas 2.500 personas del pueblo. Concretamente, del casco urbano y de las urbanizaciones Benahavís Hills y Montemayor pero es que muchos cuentan con familia o amigos en San Pedro Alcántara y alrededores por lo que optaron por alojarse con ellos. Los demás, se quedaron en la zona habilitada para recibirlos.
Sentados en un bordillo están Segundo y Antonia. Ella de 63 años, él supera los 70. «No podíamos imaginar que íbamos a vivir esto», dice ella. «Por la tarde fuimos a la piscina y al ver cómo se estaba poniendo el cielo decidimos volver a casa para estar pendientes de lo que pasaba», explica Segundo. «Ha sido nuestro nieto de diez años el primero en alertarnos. Nos dijo que en su grupo de la clase del colegio estaban avisando de que había que desalojar», dice Antonia. El nieto anda por allí, ya más tranquilo, después del ajetreo de la salida, junto con otros menores de su edad.
La noche calurosa no invita a entrar en la carpa y la mayoría se queda fuera charlando con la familia o con los nuevos vecinos de coche. Maleteros abiertos convertidos en improvisados sofás, sillas de playa que se habían quedado oportunamente en los vehículos y que ahora hacen el avío y hasta colchones en furgonetas. Eso sí, también hay quien ha podido salir en su autocaravana.
Jesús Barriga y sus familia suman 14 entre abuelos, hijos y nietos. El mayor, 67 años; el más pequeño, apenas 1. «Vivimos en el casco urbano de Benahavís y cuando nos avisaron me fui con ayuda al campo a por los perros». Son diez, ni más ni menos, que aguardan en el remolque. Además, le ha dado tiempo a preparar un colchón en una furgoneta para que descansen los niños de la casa juntos.
Aunque ninguno ha sentido la amenaza del fuego en sus hogares, tener que dejarlos ha sido un momento duro. Rosario dice que se quedó bloqueada y reconoce que una de las niñas que la acompañan ha estado bastante asustada.
Especialmente duro estaba siendo el trance para los británicos Sue y Paul. Ellos estaban en una de las casas del pueblo pero no son residentes. Han venido a pasar unos días de vacaciones a Benahavís, a una casa propiedad de su hija que ya había vuelto a Bristol. «Solo me preocupa la salud de él», señala Sue por eso dice que «lo único y más importante que hemos cogido es la medicación». Paul es diabético y teme que pueda sufrir algún problema. No conocen a nadie y tampoco hablan español. A pesar de todo, están calmados y sobrellevan la situación. «La gente está siendo muy amable con nosotros», asegura Sue.
El ir y venir de voluntarios no cesaba. La alcaldesa, Ángeles Muñoz, explicó que se había suspendido el mercadillo de los jueves en San Pedro ya que se ubica en el aparcamiento ocupado ahora por los los desalojados. La regidora comentó que en el dispositivo estaban colaborando «Cruz Roja, Dya Málaga, Protección Civil, por supuesto, la Policía Local, y diferentes servicios operativos y delegaciones del Ayuntamiento». Además de la carpa de San Pedro, se cedió La Caridad para la UME que podía disponer de la electricidad, el agua y los vestuarios de las instalaciones deportivas adyacentes. Para las personas con necesidades especiales, el Consistorio puso a su disposición varias habitaciones de hotel. Y en caso de necesitar de más espacio, estaba también disponible el gimnasio del colegio Teresa de León. El dispositivo incluía además sanitarios del ambulatorio de San Pedro Alcántara para atender cualquier incidencia y algunos de Las Albarizas.
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