Esther Gómez
Estepona
Sábado, 26 de marzo 2022, 00:18
Alina Kholodna, la médico ucraniana que llegaba a Estepona el pasado 8 de marzo huyendo de la guerra junto a su hijo de tan sólo ... 7 años, Heorhii, hoy ya tiene sus papeles en regla y un trabajo digno que le han devuelto la sonrisa pero sobre todo, Alina tiene esperanza y fe. Esperanza en la posibilidad de un futuro en la ciudad que la vio llegar hace apenas tres semanas y fe en que, más allá de la dramática situación que está viviendo su país, en el mundo aún quedan personas buenas y generosas como Denise Liaño quien, junto a su marido Leandro y su hijo Emilio, le abrían con cariño y sin reparos las puertas de su casa sin conocerla y le brindaban todo su apoyo sin haberla visto nunca antes.
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Su «familia en España», como Alina se refiere a Denise y a los suyos, la han ayudado a arreglar la documentación, a encontrar trabajo y a buscar un colegio para Heorhii. Algo a lo que cualquier local sabe como enfrentarse pero que para ella, sin además hablar español, suponía un auténtico desafío. Le han explicado donde están las cosas y como funciona el que, por el momento, va a ser su nuevo hogar y esta joven refugiada se siente «enormemente agradecida», repite una y otra vez, y sólo puede tener palabras de cariño hacia sus nuevos amigos.
Alina trabaja desde hace unos días en el hospital HC de Marbella, no ejerce cómo médico porque su título de especialista en Medicina Nuclear aún no tiene validez en España, pero se ha incorporado como auxiliar al equipo de radiología de este centro sanitario, algo que la ha hecho «muy feliz», confiesa.
Desde que llegaron a Estepona «todo el mundo ha sido muy amable con nosotros y todos quieren ayudarnos», comenta con una amplia sonrisa en la cara y mientras lo dice los ojos le brillan. De su mirada han desaparecido el miedo y la angustia, aunque no puede ocultar la preocupación por aquellos a los que ha dejado atrás.
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Dejar su país «no fue una decisión fácil», afirma con alivio pero también con pesar y recuerda esa primera tarde cuando llegaba a casa de Denise, agotada después de días de viaje en los que atravesó Europa huyendo de la guerra. Hoy Heorhii está a salvo, tiene nuevos amigos y en su nueva casa, junto a Emilio, disfruta del juego como cualquier niño de su edad.
Los miles de kilómetros que recorrió hasta llegar a la Costa del Sol no sólo la han apartado del conflicto bélico, también lo han hecho de las personas a las que más quiere y de la vida que había conocido hasta ese momento y que nunca pensó que se vería obligada a abandonar ante «la peor de las circunstancias», algo que no puede olvidar.
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En Kiev dejó a su marido, un empresario de la construcción que nada sabía ni de guerra, ni de armas, subraya, pero que como tantos otros hombres ucranianos con edad de ir al frente se ha quedado para prestar servicio y ayudar a su país. Un país que lucha por mantener la soberanía y una independencia que su vecina Rusia intenta arrebatarle a base de bombardeos que no respetan a nadie. Hablan a diario y él le asegura que está bien, pero está allí, sólo, y ella no puede confortarlo.
No sabe cuando volverán a verse, de hecho, no sabe si volverán a verse. Alina no es ajena a la realidad –nadie lo es–, sigue las noticias a diario, ve las imágenes que publican en redes sociales los que todavía permanecen allí y no puede evitar tener miedo, aunque confía en la victoria y en recuperar todo aquello que la guerra le ha arrebatado, añade con rotundidad.
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Alina también ha dejado atrás a su padre, «un gran médico» al que admira y de quien heredó la vocación por su profesión, y a su madre. Ella decidió quedarse en la capital de Ucrania para no abandonar a su marido y cuidar de su abuela, una señora ya mayor que «seguramente no habría soportado la dureza de un viaje como el que he realizado», indica, y sí, los echa de menos. Echa de menos «a su familia, sus amigos, su bonita casa, su trabajo...» En definitiva, la vida que estaba construyendo para ella y su hijo.
Han pasado sólo unas semanas desde que entrase por primera en la casa de unos generosos desconocidos, hoy amigos, que le han devuelto la paz y a los que, asegura, estará «eternamente agradecida».
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