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Resulta difícil recordar en la historia reciente de la política municipal de Marbella un periodo de mayor atonía de la que se vive desde el inicio de la presente legislatura. Es verdad que muchas veces la calma política obedece al contrapunto de la maldición china «ojalá vivas en tiempos interesantes» que invita a pensar que la falta de acontecimientos dignos de ser reseñados es consecuencia directa de la ausencia de problemas. Sin embargo, existen motivos más que sobrados para entender que la actual situación no se deriva de la ausencia de problemas, sino de la falta de propuestas para solucionar esos problemas o incluso de la ausencia de un diagnóstico sobre cuáles son los problemas que deberían resolverse.
Cada lunes, el portavoz del equipo de gobierno comparece para informar de las medidas adoptadas en la Junta de Gobierno Local. En las últimas semanas, o quizás habría que referir a los últimos meses, las comparecencias no son otra cosa que el recuento de las licencias de obras a las que se les ha dado el visto bueno. Se trata de una costumbre iniciada por el equipo de gobierno tripartito tras la anulación en noviembre de 2015 del Plan General de Ordenación Urbana. En aquel momento se quería transmitir una sensación de normalidad. El mensaje era que pese a ese enorme contratiempo administrativo la maquinaria de la principal industria de la ciudad seguía funcionando a velocidad de crucero.
El gobierno del PP continuó con esa costumbre, semana tras semana, pero lo que en aquel momento se entendió como un esfuerzo desesperado para que no cundiera el pánico, ahora parece más bien un ejercicio de autocomplacencia que parece contradictorio con el otro mensaje que se lanza desde el equipo de gobierno: el compromiso de que el nuevo PGOU se redactará con la máxima celeridad.
Posiblemente la explicación haya que buscarla en otro lado. ¿Tiene el gobierno municipal algo que contar más allá de que semana tras semana se aprueba un número de licencias de las que no se sabe si se han tramitado rápidamente o con exasperante lentitud?
Cuando en la noche de 26 de mayo del año pasado se conoció con los últimos datos del recuento electoral cómo quedaría conformada la nueva corporación, ya aparecieron todos los datos sobre los que se construyó lo que se vive actualmente. Que nadie en aquel momento tuviera las luces para predecirlo no significa que los acontecimientos no hayan seguido un derrotero lógico.
Por un lado, una inesperada mayoría absoluta para Ángeles Muñoz que además llevaba su sello personal. La alcaldesa había impreso ese sello a la campaña electoral y lógicamente se arrogó el mérito del resultado. Eso no tuvo sólo consecuencias institucionales -cuatro años de tranquilidad política por delante-, sino también internas dentro de su equipo. El poder absoluto de la presidenta del PP de Marbella pasó a ser absolutísimo. Quizás no sea muy errado atribuir a esa situación de muy escasa autonomía la alarmante ausencia de iniciativa personal que en estos primeros nueve meses de mandato están mostrando los ediles de su equipo.
Pero si no hay iniciativa en el gobierno, tampoco la está habiendo en la oposición. Las causas también están en los resultados electorales. Una sorpresa que hizo cundir el desánimo en el PSOE, hundió las expectativas de conformar una gran coalición de gobierno a semejanza de la de 2015 y alentó a su líder a poner la mayor parte de su tiempo y de su interés en la Diputación Provincial. El anuncio de no volver a presentar candidatura a la Alcaldía por parte de José Bernal no fue acompañado por el lógico proceso de recambio. La situación en el grupo socialista es la peor posible. Quien debería liderar está en otra cosa y quien debería tomar el relevo aún no ha aparecido.
Tampoco el resto de los partidos de la oposición está en condiciones de someter al equipo de gobierno a una situación de mínima presión. Opción Sampedreña no termina de encontrar su lugar ni el tono adecuado para relacionarse con sus ex socios con los que montó la moción de censura en el verano de 2017; la única edil de Ciudadanos apenas está comenzando a conocer la ciudad; el espacio político a la izquierda del PSOE pagó la división con su ausencia del Consistorio, y cuando se está fuera se está fuera.
Así, entre la autocomplacencia y la falta de iniciativa del gobierno, la ausencia de la oposición y el acostumbrado temor de los colectivos sociales y vecinales a significarse en la crítica, la vida política de la ciudad amenaza con seguir ofreciendo durante los tres años y tres meses que restan hasta las próximas elecciones el mismo diagnóstico de encefalograma plano.
No es que no existan problemas, es que no parece ni haber ganas de mencionarlos.
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