Mónica Pérez
Sábado, 24 de septiembre 2016, 00:03
«Nunca quiso que se le hablara de Filipinas. Era una persona reservada, callada y nunca quiso contar nada de lo que allí vivió». Fue uno de los 33 supervivientes del asedio de Baler, uno de los protagonistas de uno de los episodios más interesantes de la historia militar del país, el que puso fin al Imperio Español. Quienes lograron salir de aquella gesta después de 337 días encerrados en una pequeña iglesia luchando contra el ataque de 400 soldados de la etnia indígena Tagalo y sin querer creer durante meses que la guerra había terminado fueron bautizados como Los últimos de Filipinas. En la nómina de soldados figuraba un marbellí, Rogelio Vigil de Quiñones, médico militar. Su figura sigue muy presente en la ciudad donde se le recuerda con una placa en su casa natal (en calle Nueva), un busto y un campamento juvenil que recibe su nombre y donde languidece en estado ruinoso una pequeña capilla levantada a modo de réplica de aquel templo (San Luis de Tolosa) en el que Rogelio y sus compañeros resistieron atrincheraros entre junio de 1898 y junio de 1899. Entraron 54 soldados. Sobrevivieron 33. Durante meses se negaron a creer lo que les decía el enemigo: que España había cedido sus derechos sobre el archipiélago a EEUU en el llamado tratado de París del 10 de diciembre de 1898. En ese tiempo pasaron un calvario marcado por el hambre y la enfermedad, de ahí que tras abandonar la isla filipina y regresar a España, poco o nada de lo ocurrido saliera de la boca de quienes pasaron por aquel trance. Al menos de la de Rogelio Vigil de Quiñones, como explica a SUR uno de sus nietos, el abogado José Ignacio Bidón y Vig_il de Quiñones, quien ostenta a día de hoy, además, el cargo de Cónsul General Honorario de Filipinas en Andalucía Occidental.
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«Recuerdo que mi madre comentaba que el abuelo nunca quiso que se le preguntara por aquello, supongo que por el horror que vivieron allí, independientemente de que estuvieran orgullosos de lo que habían defendido», indica.
El largometraje dirigido por salvador Calvo, 1898. Los últimos de Filipinas, que se estrenará a final de año en los cines y presentada en el Festival de San Sebastián hace unos días, devuelve a la actualidad unos hechos cuanto menos curiosos, así como los nombres y apellidos de quienes protagonizaron aquella hazaña. Algunos de sus familiares han sido invitados al estreno y el próximo mes de diciembre pisarán la alfombra roja. «Como en todo. Habrá quienes vean que se ha reflejado bien la historia y otros que no, pero he de decir que las últimas publicaciones y documentales que se han realizado sobre Los últimos de Filipinas han sabido recoger la historia y el valor de los españoles, pero también de los filipinos, que luchaban entonces por su independencia», defiende José Ignacio Bidón y Vigil de Quiñones.
Pese a ese silencio, al parecer autoimpuesto, por el médico militar marbellí sobre el asedio de Baler, sus descendientes han querido mantener viva la historia y de hecho desde hace mucho tiempo ha sido la familia la «fuente» más importante de la que han bebido escritores, historiadores y cineastas. No solo en cuanto a testimonios si no y, sobre todo, a material. Pertenencias del abuelo Rogelio que sus descendientes guardan como oro en paño. Desde uniformes militares a armas o aquel reloj que el médico llevó durante el asedio y que «se supone que fue el que marcó los últimos segundos del imperialismo español», recuerdos que, según explica su nieto, la familia estaría dispuesta a ceder a la ciudad de Marbella para que ocupen un museo dedicado a la figura del insigne médico militar. «Mi tío Rogelio hizo mucho por dar a conocer no solo la historia de su padre, sino de los 33 supervivientes. Después también me ha tocado a mi, en calidad de Cónsul General de Filipinas, mantener esa llama. Que sepan los marbellíes que en Filipinas, su paisano Vigil de Quiñones es considerado un héroe y que la historia de Los últimos de Filipinas se estudia con interés», indica el nieto del médico marbellí.
Ese trabajo de difusión e investigación ha conducido a los descendientes en más de una ocasión hasta Marbella donde diversa documentación remonta a los primeros Vigil de Quiñones en la ciudad a mediados del siglo XVI.
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Más allá de sus valores militares, reconocidos por un innumerable listado de reconocimientos (pendiente sigue la Laureada de San Fernando), a Rogelio Vigil de Quiñones se le considera por su gran aportación a la medicina, al descubrir en pleno asedio y sin apenas medios, un remedio para acabar con el beriberi o fiebre amarilla, que se llevó por delante a muchos de sus compañeros. Él mismo contrajo la enfermedad y gracias a su antídoto elaborado con «hierbas y otros potingues, por llamarlo así», como señalan con gran admiración sus descendientes, logró salvar su vida y la de otros muchos.
Desde hace tres lustros, el 30 de junio es fiesta en Filipinas. Se celebra precisamente el Día de la Amistad Hispano-Filipina. «Es el colofón a los casi 100 años en los que ambos países han permanecido de espaldas», reconoce José Ignacio Bidón y Vigil de Quiñones, quien destaca la figura del senador filipino Edgardo Angara Castillo, impulsor de la Declaración de la Amistad Duradera y que apostó por retomar las relaciones. «Es el día en el que se rememora lo ocurrido en el sitio de Baler, con gran cariño y reconociendo el valor de uno y otro bando». El ahora Cónsul general de Filipinas para Andalucía Occidental reconoce la importancia histórica del episodio de principio a fin. «Creo que fue la primera vez en la historia en la que un bando considerado, entre comillas, invasor, sale con honores de amigo. Los españoles no salieron corriendo, sino con un pasillo que le hicieron previa firma de un decreto, por parte del presidente filipino Aguinaldo, que exaltaba su valor y les reconocía como amigos».
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Unepisodio de la historia militar española que los filipinos recuerdan cada año y que la familia de Rogelio Vigil de Quiñones y Marbella aspiran a mantener vivo.
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