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Antonia Molina, en el Parque de la Alameda de Marbella.
Antonia Molina: «Mi honesta forma de trabajar atrajo al príncipe Salman»

Antonia Molina: «Mi honesta forma de trabajar atrajo al príncipe Salman»

La empresaria marbellí consiguió levantar el emporio joyero Gómez&Molina y después de 40 años llevando el timón del negocio afirma que «no es oro todo lo que reluce»

Mónica Pérez

Martes, 21 de julio 2015, 00:35

Ejemplo de empresaria de éxito hecha a sí misma, logró levantar el emporio joyero Gómez&Molina sin conocimientos previos sobre el sector. Arrancó el negocio para ayudar a la familia. Tuvo suerte, comenzó a codearse con lo más granado de la jet set que en los 70 tenían a Marbella de cuartel general. Constancia, muchas horas tras el mostrador, y unas habilidades para los negocios que hasta ella misma desconocía hicieron el resto. El secreto de su éxito: «tratar a los clientes como amigos».

Me sorprende que no lleve ninguna joya.

(risas) Es que hoy he tenido una mañana complicada, hasta me he quemado la mano en casa (muestra una quemadura) pero normalmente suelo llevar alguna cosita.

Con sinceridad, ¿la crisis ha afectado al lujo?

Ha afectado y afecta. A nosotros y a nuestros clientes.

¿Ha perdido muchos en estos años de penuria económica?

Sé de algunos rusos que se han suicidado por la crisis.

¿Tan mal está la cosa?

Sí, no se vende como antes. Hay mucha competencia y las casas te obligan a comprar y a comprar y si no vendes te quitan la concesión.

Usted fue pionera en traer a España muchas firmas de joyería hasta entonces desconocidas.

Batimos récord como empresa familiar que más marcas ha tenido. Hasta 50 primeras marcas. Rolex, Cartier, Chanel... Algunos clientes decían: lo que no encuentre en Marbella no lo encuentro en ningún lado.

Entre sus clientes más afamados se encuentra el rey Salman de Arabia Saudí.

Es un amigo.

Cómo le conoció?

Yo empecé con una tienda pequeñita en el Hotel Don Pepe y allí conocí a las princesas de Arabia Saudí. Hice amistad con ellas y me invitaron a viajar a Arabia a venderles joyas. El príncipe Salman se enteró de que yo llevaba rosarios árabes y quería comprar uno. Me dijo: «¿cuándo cuesta?» Le dije: «30.000 dólares». Me los dio. Yo cogí 15.000 y le devolví el resto. Le dije: «mire usted, yo he venido a este país a hacer negocio no a robar, lo que pasa es que a las princesas si les ponía 15.000 y me pedían menos no se lo podía rebajar porque perdía dinero, y me vi obligada a ponerlo todo al doble para poder después hacerles descuento». Esa honestidad le hizo mucha gracia a Salman. Me llevó a la Cámara de Comercio de allí y estuve con todos los hombres de negocios. Imagínate, yo con 24 años, sola, y me pedían opinión.

¿Se convirtió en asesora de empresarios árabes?

Si. Por ejemplo, estaban haciendo un edificio, y llegaba un español, un japonés... a ver las puertas que se iban a comprar. Y Salman me preguntaba: «¿tú qué opinas?» Y yo le decía: «que la de 10 dólares te va a abrir y cerrar una vez porque es mala». Todo tiene un valor. Le enseñé eso. Es como si alguien me pide un brillante así de grande (hace un gesto marcando varios centímetros) por poco dinero. Pues eso no será un brillante, será un culo de vaso. Todo tiene su valor. Y esa amistad con Salman se fue forjando. Se ha pasado 30 años que lo primero que hacía cuando llegaba a Marbella era venir a verme. Me llamaba y me decía: «Antonia, mira a ver si están los churros abiertos», y yo iba y le decía pues sí, pues no.

¿Entonces la afición de Salman por los churros de la Plaza de los Naranjos no es una leyenda urbana, como sostienen algunos?

No, no, ni mucho menos. Es una anécdota de las muchas que tenemos. Me decía: «préstame 50 euros», y se iba a por churros.

¿Cómo se consigue mantener a una clientela de este nivel?

Con un contacto directo con el cliente, que se convierte en un amigo. Y tratando de tener siempre lo mejor. Por ejemplo, ser número uno de Cartier significaba comprar 300.000 euros todos los meses. Y eso lo hacíamos nosotros, Gómez&Molina, con dos pares de narices y dos pares... de que siempre estábamos debiendo dinero (risas).

¿Pero para algunos ahorrillos habrá dado esto en 40 años, no??

Nosotros no tenemos edificios, ni coches, ni barcos. Tenemos joyas porque hemos creído en lo nuestro y seguimos creyendo. No estoy sola, hay una saga para continuar que son mis cuatro hijos, todos fantásticos, preparadísimos y, sobre todo, buena gente, y honestos.

¿Cómo se vive siendo objetivo de los cacos?

Con muchas complicaciones. Lo que pasa es que los seguros eran tan caros que al principio no nos lo podíamos permitir. Pero oye, desde que lo tenemos no nos roban. Yo se lo digo al del seguro cada vez que viene a cobrar: los ladrones los mandábais vosotros (risas).

¿Se ha arrepentido alguna vez de emprender este negocio?

No, a pesar de los dolores de cabeza que da. Yo no trabajo por dinero, sino porque me gusta. Empecé sin tener ni idea, con mucho esfuerzo, con tres hijos que se criaron debajo del mostrador. No es oro todo lo que reluce.

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