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Raphael, durante su actuación en el Cervantes.
Cinco motivos para creer en Raphael
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Cinco motivos para creer en Raphael

TXEMA MARTÍN

Viernes, 17 de octubre 2014, 12:41

Parece increíble que, todavía hoy, la llegada de Raphael a Málaga siga siendo un acontecimiento cultural y social en la ciudad. Después de tantas décadas en el olimpo universal, es imposible aludir a algo que no se haya dicho antes sobre el cantante. Su potencia escénica y su estrellato están ya asumidos incluso por la crítica más militante. Sin embargo, no quería dejar pasar la oportunidad se señalar porqué creo que todo amante de la música, sin importar edad ni condición, debe acudir a un concierto de Raphael al menos una vez en la vida.

Su público. En un concierto de Raphael, el público forma parte indisoluble del espectáculo. Ya desde una hora y media antes, en la puerta del teatro se divisaba un ejército escandaloso de personas, algunas de las cuales nunca pensarías encontrarte en una cola para ver a Raphael. Era una excelente muestra de lo que íbamos a encontrar dentro: sus seguidores 'de toda la vida' se mezclan alegremente con melómanos, modernos, plumillas, hijas que acompañan a sus madres, solteras en edad de merecer, exyeyés, seguidores de Eurovisión, empresarios, votantes de Podemos, señores con muletas y señoras, muchas señoras que fueron pioneras del 'fenómeno' fan sin saberlo. 5 segundos son suficientes para meterse a todo este ambiente en el bolsillo y no soltarlo durante lo que dura el recital. Marca aplausos que recibe con sus bellos aires, aparece y desaparece continuamente del escenario, como en un eterno bis ante un público entusiasta que se levanta y rompe en gemidos ante la mínima ocasión.

El histrión. Raphael ha moderado sus maneras con el paso de los años, pero su vejez caricaturiza de alguna manera al mito. La disposición de los elementos en el escenario ya es típicamente cabaretera: una enorme escalera en forma de semicírculo, otros tantos escalones para subirse al piano de cola y varios micrófonos con su pie, según el número que toque. Raphael mantiene algunos de sus típicos gags y le canta al público, al guitarrista, a un vaso de tubo, a un espejo que luego rompe en pedazos y hasta a una silla de oficina con ruedas. Todo sin perder la dignidad de una interpretación sublime, mientras que edulcora su estilo propio -la canción española con mayúsculas- con el tango, la copla, incluso con un rap o un villancico, porque en el universo de Raphael siempre puede ser Navidad; basta con que él lo cante.

Sus canciones. No importa cuántas veces las hayas escuchado antes ni en cuántas y tan diversas circunstancias. En su concierto siempre se te presentan los temas como un secreto nunca antes revelado, en una atmósfera especial con el público que el tigre de Linares crea en cada actuación. «De Manuel Alejandro sabía que iba a ser mi compositor de cabecera, pero nunca imaginé que además se convertiría en mi biógrafo». Sonrisas, enfados, llantos deseperados, y algunos breves pero intensos movimientos de cadera que, todo hay que decirlo, aún mantienen la esencia de su destello. Las canciones de Raphael son su vida misma, la vida de su personaje.

La ambigüedad. Si al amaneramiento escénico radical que él mismo ha creado para nuestro goce le sumamos la naturaleza de su lírica, el tema recurrente de amor prohibido y las letras inflamadas de deseo de Manuel Alejandro, ya tenemos el cóctel. La pluma sobrevuela en letras conocidas como 'Mi gran noche', 'Digan lo que digan' o 'Escándalo', pero muchos se sorprenderían al analizar con picardía otras canciones presentes en su repertorio como 'Tema de amor' o 'Cierro mis ojos' (para que tú puedas hacer lo que quieras conmigo). Lejos de molestarle, Raphael siempre se ha mostrado orgulloso y halagado de su condición icónica. A fin de cuentas, es un provocador.

La eternidad. Un concierto de Raphael siempre es una terapia intemporal, quizás extemporánea, que te deja el poso de haber presenciado un espectáculo inmortal. Sus habituales tres horas de recital instenso te dejan como abotargado y la primera vez que lo ves sales con impresión, sin habla. Al final, se te queda un recuerdo que puede durar mucho tiempo, quizás eternamente, porque ya te tiene cazado.

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