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En una visita a Málaga auspiciada por Bodegas Lara, Michel Rolland, el enólogo más famoso del mundo, asesor de proyectos vitivinícolas en los cinco continentes, animó a la recuperación del sector en la provincia subrayando que «no hay zona de vinos pobre». En Manilva, ... el viñedo fue sustento histórico de sus habitantes desde que a principios del siglo XVI el primer duque de Arcos, Rodrigo Ponce de León, desplazara a colonos allí para asegurar una parte de sus dominios tan cercana al Estrecho de Gibraltar frente a posibles invasores. Las condiciones climáticas y la existencia de suelos albarizos, los mismos que sustentan los viñedos de Jerez o Montilla Moriles, hizo que se optara por la plantación de viñas, que ya entonces, mucho antes de que naciera Rolland, eran fuente de riqueza.
El viñedo manilveño, como el de toda la provincia, quedó arrasado por la plaga de filoxera a mediados del siglo XIX. En 1860 sobrevino la ruina, y a partir de ahí los pequeños propietarios que poseían viñas tuvieron que sobrevivir como pudieron. Aunque inicialmente en la zona se habían plantado diversas variedades (y de hecho todavía elaboran los locales un vino seco conocido como 'vidueño', con uvas distintas de tradición en la zona), la moscatel, que daba frutos de mucha calidad, tenía la ventaja de que era válida para uva de mesa, para pasas o para vino. A finales de la década de 1940, el Servicio de Recuperación Agrícola promovió la plantación de moscatel en la zona para la venta en fresco. Con los restos, los pequeños propietarios, más de 300 todavía en el año 2014, hacían pasas o vino. La pasa de Manilva está incluida en la D. O. Málaga, aunque la producción es minoritaria.
La singularidad de Manilva como tierra de vinos es su situación. No solo es el viñedo más meridional de Europa y más próximo a la costa de toda la provincia (las plantaciones se encuentran a escasos dos kilómetros de la orilla del mar), sino que el suelo albarizo y la influencia del Mediterráneo y del océano Atlántico aportan a la moscatel cultivada aquí unas características especiales que Argimiro Martínez, ingeniero agrónomo natural de Albacete y pionero de la recuperación enológica de la zona, vio de inmediato. «Mi padre siempre había tenido relación con el vino. En mi tierra se cultivaba la monastrell, y yo, que me había visto afectado laboralmente por la crisis anterior, andaba dándole vueltas a iniciar un proyecto de vinos allí cuando me llamaron para impartir un taller de enología a desempleados en Manilva. Me pareció que había unas posibilidades asombrosas, porque el suelo y el clima hacen que los vinos de Manilva, aunque sean de moscatel, tengan un perfil muy distinto a los de la Axarquía», comenta.
La magia de este terruño se produce por la confluencia del suelo albarizo, una marga o roca blanda emergida del mar en el choque de las placas tectónicas africana y europea durante el Mioceno, muy rica en fósiles de fitoplancton. Lo que conforma la tierra son los restos de las paredes celulares duras y porosas de los organismos, compuestas de sílice, que hacen que la tierra absorba la humedad como si se tratara de papel secante. También abundan en la zona otros fósiles marinos, de ahí que Argimiro Martínez escogiera la imagen de un amonites para ilustrar la etiqueta de su vino, Nilva. Un blanco de moscatel seco que lleva varios años conquistando premios, incluso nacionales.
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Enrique Bellver
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«El resto de la magia aquí la hacen los vientos: la alternancia del levante húmedo que llega del Mediterráneo, que aporta salinidad y agua, y del poniente, que viene de la tierra y que con su sequedad sanea la viña y previene hongos y otras plagas», explica, y precisa que por su cercanía con el Estrecho de Gibraltar los vinos en Manilva «tienen características de los vinos atlánticos». Pero también reconoce que una vez que en 2014 cerró con el Ayuntamiento de Manilva la concesión de siete hectáreas de viñas de titularidad municipal y la gestión del Museo del Vino y de la escuela taller tuvo que aprenderlo todo de cero. «Hacer viticultura aquí es diferente a hacerla en cualquier otro sitio», dice. No habla solo de la naturaleza, sino del fantasma que más ha amenazado el viñedo histórico y único de la zona: la especulación urbanística.
«Durante los años de la burbuja del ladrillo, aquí llegó un constructor y empezó a pagar los suelos rústicos como si fueran urbanos. Eso hizo que muchos propietarios de viñedos albergaran la esperanza de sacar grandes beneficios de la venta de tierras, algo legítimo aunque triste, porque hoy el precio del viñedo en Manilva sigue estando muy por encima del precio normal para este uso», cuenta Martínez, que desarrolló incluso un programa de apadrinamiento de cepas con el lema 'Salvemos el viñedo en Manilva'. Sin embargo, el pinchazo de la burbuja, la creciente consciencia de que la gastronomía y el vino son un valor añadido para el turismo y el éxito del proyecto de Martínez llamaron la atención de gente de fuera y de propietarios locales, varios de los cuales se han animado a elaborar vinos para el mercado (es tradición hacerlo para consumo doméstico) y a restaurar sus bodegas y lagares, un tesoro arquitectónico y etnográfico.
El primer vino de Manilva elaborado por viticultores locales en salir al mercado ha sido Kalma, de Bodegas Manilva, impulsada por Elena Revilla; su marido, Diego Amado, y los santanderinos Jaime y Nekane. Fueron éstos quienes vieron las posibilidades de la zona y compraron uva para vinificar en su bodega a Diego, quien cultivaba para venta en fresco las seis hectáreas de viña que su abuelo plantó hace 70 años. Tras una prueba más que satisfactoria, las parejas se asociaron para crear Bodegas Manilva, la segunda de la zona inscrita en la D. O. Málaga y Sierras de Málaga. En 2017, su moscatel seco Kalma salió al mercado con el sello del Consejo, y en unos meses verá la luz Pampanito, un prometedor moscatel naturalmente dulce, primero que se elabora en la localidad. «Por el momento hacemos 3.000 botellas al año que se venden entre Manilva y Marbella, aún no tenemos distribuidor en Málaga», dice Elena. También ofrecen, para grupos reducidos, visitas a su preciosa viña frente al mar, y están restaurando la bodega donde elaboran el vino dulce para enoturismo.
Gonzalo Bocanegra, cuya familia posee seis hectáreas dedicadas durante la vida activa de su padre a uva de mesa (una gran extensión en una zona con solo 440 hectáreas de viñedo), afirma que le entró «la enfermedad del vino» cuando, en 2019, pasó por uno de los cursos que Argimiro Martínez dirige en la escuela taller. La bodega familiar data de 1870. «Osborne nos supera solo en 20 años de antigüedad», dice con orgullo. Pese a que las últimas generaciones no la han usado para elaborar vino, Gonzalo está convencido de que ha conservado su particular universo de microbiota, porque cuando ha empezado a elaborar no solo no ha tenido que emplear levaduras compradas, sino que la calidad del producto ha sorprendido a quienes lo han probado. Actualmente está pendiente de algunos trámites administrativos para empezar a comercializar el vino. «Aunque me han ayudado mucho, la burocracia es desesperante», afirma este hombre inquieto, cuyo proyecto abarca, además de la producción de varios vinos incluyendo un espumoso, visitas a la bodega, cuya prensa es una pieza de museo, y estancias en una casa habilitada en el viñedo. Entre otros, llegaron también de fuera a Manilva el enólogo y empresario gallego Marcos Lojo, que llegó a elaborar alguna añada de un vino llamado Aires de Manilva, y el elaborador Javier Krauel, que hace en Benalauría con uva de Manilva su blanco seco de moscatel Fylgia.
Pero el nuevo proyecto más maduro por el momento llegó de la mano de otro 'malagueño' adoptivo, el restaurador Bruno Filippone, quien junto al enólogo Rodrigo Nieme, vinculado también a las Bodegas Conrad de Ronda, ha apostado por dos uvas no plantadas antes en la zona, la italiana vermentino y la francesa viognier. Su viñedo de dos hectáreas es un sueño hecho realidad. «Mi familia estuvo vinculada al vino en Italia y, para mí, fundar mi propia bodega ha sido un objetivo toda mi vida», explica. Por las características del terreno, la uva principal elegida para su vino Doss, que se cultiva en la finca La Vigña, donde también va a ofrecer enoturismo y eventos, fue la blanca italiana vermentino, recientemente inscrita como variedad válida por el CRDO Málaga y Sierras de Málaga, que se ensambla con un 20% de viognier logrando una espléndida fusión entre los aromas cítricos y florales de la primera y el volumen de la segunda. Otra peculiaridad es una crianza de cinco meses sobre lías que aporta notas de piña y frutas blancas, aparte del final salino característico de todos los vinos de Manilva. Por ahora, si quieren probar el vino Doss, pueden hacerlo en los restaurantes Da Bruno. Vale la pena.
En cualquier caso, todos y cada uno de los proyectos suponen un recordatorio de que la provincia de Málaga todavía tiene mucho que decir en materia de vinos, y que una localidad costera tan hermosa y singular como Manilva puede multiplicar su atractivo turístico en los próximos años gracias a la recuperación de un patrimonio como la cultura centenaria de la viña.
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