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André Both y Clara Verheij brindan con su Ariyanas rosado.
Los holandeses que aprendieron a hacer vino por culpa de la moscatel de la Axarquía

Los holandeses que aprendieron a hacer vino por culpa de la moscatel de la Axarquía

En 1995 Clara Verheij y André Both se instalaron en Sayalonga para empezar una nueva vida en la que han conseguido convertir su afición en negocio

Domingo, 14 de junio 2020, 23:30

Desde Utrecht a Sayalonga, hay más de dos mil kilómetros por carretera. Un abismo para muchos. Pero, para el matrimonio formado por Clara Verheij y André Both representaba una oportunidad que les brindaba el destino para vivir una excitante aventura con el vino como compañero.

Ambos decidieron en la mitad de la década de los años noventa cambiar de aires y mudarse a un rincón idílico de la Axarquía para comenzar una vida diferente. Él, ingeniero civil, vino con la intención de crear su propia empresa de construcción; ella, que domina varias lenguas, a montar una escuela de idiomas.

En los Países Bajos, ya eran grandes aficionados al vino, «pero de beberlo», apunta Clara. En 1995, cuando se instalaron en el Pago Cuesta Robano, junto a la carretera que une a Sayalonga con Cómpeta, no se podían imaginar que tardarían menos de una década en tener su propia bodega en pleno funcionamiento.

La moscatel de Alejandría tuvo mucho que ver en esta aventura vitivinícola. Y, eso, a pesar de que, cuando vivían en Utrecht, no era de sus favoritas. Pero, cuando llegaron a territorio axárquico, este matrimonio tenía claro que venían a aprender. Por eso, escucharon a quienes llevaban décadas haciendo vinos con la moscatel de Alejandría.

«Ellos nos dijeron desde el principio que era la uva que mejor se adaptaba al terreno», explica Clara. Eso sí, tuvieron un punto de rebeldía que les hizo plantar otras variedades, pero, finalmente tuvieron que rendirse ante la evidencia de lo que le habían dicho sus propios vecinos. «Poco a poco, nos fuimos dando cuenta de la extraordinaria calidad que tiene la moscatel aquí en la Axarquía». Los terrenos pizarrosos, la cercanía del Mediterráneo y las brisas marinas o incluso la vejez de las cepas son algunos de los atributos que señala esta pareja holandesa.

Este idilio con esta variedad de uva les llevó a hacer en la segunda mitad de la década de los años noventa sus primeros vinos del terreno en la finca que compraron para vivir. «Pisábamos la uva, como se hace tradicionalmente todavía en algunos lagares», indica Clara. Eso sí, ellos, que siempre han apostado por la calidad, se empezaron a dar cuenta de que no le sacaban todo el partido que se podía: «No le estábamos haciendo justicia».

Famiia de vinos de Bentomiz y su bodega
Imagen principal - Famiia de vinos de Bentomiz y su bodega
Imagen secundaria 1 - Famiia de vinos de Bentomiz y su bodega
Imagen secundaria 2 - Famiia de vinos de Bentomiz y su bodega

En 2003, ya habían evolucionado a la idea de tener su propia bodega, Bentomiz. Así se llamaba la fortaleza, de la que hoy queda muy poco, en un cerro situado frente a sus instalaciones, al otro lado del valle del río Turvilla, donde hoy abundan los nísperos y otros frutos de origen exótico. Un año después alumbraron a su primer vino de calidad, donde la afición había evolucionado en pasión. Fue un naturalmente dulce, con moscatel, por supuesto, con tan sólo medio millar de botellas.

Atrás habían quedado las barricas que habían comprado a sus vecinos, que habían sido sustituidas por otras de roble francés. También empezaron a entrar en escena otros elementos que abrían el camino hacia la excelencia: Un depósito de acero inoxidable, un laboratorio o un equipo que permitiera controlar la fermentación en frío. Igualmente, se hicieron con viñedos próximos con muchas décadas de vida -hoy algunos son incluso centenarios-.

Para este paso decidido por los vinos de calidad contaron con el asesoramiento del reputado enólogo Paco Medina. A partir de ahí comenzaron a aparecer más hermanos del primogénito naturalmente dulce hasta alcanzar una familia numerosa con ocho vástagos más.

Entre ellos, con la moscatel de Alejandría, hicieron un blanco seco sobre lías finas y un terruño pizarroso. Después llegaron el tinto dulce David, un tinto con 'petit verdot' o un rosado con 'rome', otra variedad autóctona de la provincia de Málaga. Todos ellos compartían un nombre, una marca: Ariyanas. Con esa denominación genérica, la pareja holandesa también rendía tributo al pasado andalusí de estas tierras (era el nombre de una pequeña población situada a tan sólo unos metros).

Tapón original

La familia Ariyanas tiene en común un elemento, que todavía hoy se ve como innovador e incluso transgresor en el mundo del vino: el uso de un tapón de metacrilato, en lugar de uno de corcho o incluso de rosca. Bodegas Bentomiz fue la primera de todo el país en empezar a cerrar sus botellas con este invento alemán, conocido como el 'vino-lock'. Desde 2004 hasta hoy Clara y André han sido fieles a este atípico tapón. Lo hacen, por una parte, por higiene y por evitar el posible sabor a corcho. Por otra, porque están convencidos de que la evolución de sus vinos es más larga y lenta con este cierre.

El metacrilato les acompaña desde sus inicios profesionales. En los últimos meses han renovado las etiquetas de sus vinos, pero el tapón sigue siendo el mismo, cristalino y transparente, como lo es la propia bodega.

A los Ariyanas hay que unir otros tres vinos que han sido fruto de la colaboración con otras dos empresas. Por un lado, Bodegas Bentomiz se alió con Lobban Wines para elaborar dos espumosos de gran calidad, ambos hechos con el método 'Champanoise', aportando el licor de expedición (uno con terruño pizarroso y otro con el naturalmente dulce). Por otro, han forjado otra alianza con territorio cordobés. Con uva de la variedad Pedro Ximénez (PX) de Moriles Altos y un añadido de la moscatel de la Axarquía han creado Pixel, una suerte de acrónimo de ambas variedades tras el que está un vino seco sorprendente, de lo más original.

Enoturismo

Al mismo tiempo que ha ido creciendo su catálogo de vinos, también se ha hecho realidad un ambicioso proyecto enoturístico. En 2005, André inició en la misma finca que compraron a finales del pasado siglo una moderna bodega, que cuenta hoy con un restaurante propio, donde este ingeniero holandés da hoy rienda suelta a su afición a la cocina.

Allí se elaboran platos a partir de los vinos de la bodega. Ése es el punto de partida. En los primeros pasos contaron con la ayuda del chef Juan Quintanilla, del restaurante Sollum (Nerja). Él enseñó a André distintas técnicas y le dio consejos para perfeccionar sus conocimientos culinarios.

Hoy ofrecen allí platos sofisticados, en algunos casos con toques exóticos -sobre todo orientales-, pero sin perder nunca de vista a la Axarquía y la provincia de Málaga. En este sentido, Clara asegura que tienen una apuesta decidida por la materia prima del entorno.

En este negocio enoturístico, que se hace bajo reserva previa, la mayor parte de su clientela es extranjera. Suelen personas que van a la bodega «a sorprenderse con el vino y la gastronomía y a disfrutar con su amplia terraza». La copropietaria de Bentomiz lo tiene claro: «Hay que venir sin prisas».

Clara y André hicieron de su afición su vida profesional.

De momento, este verano se ven obligados, sin embargo, a hacer una pausa con una parte de esa oferta enoturística, los distintos eventos que organizaban en su singular bodega, donde sus vinos no sólo maridaban con los platos de André sino también con la música en directo.

Ahora afrontan lo que queda del año con la idea de remontar y recuperarse de un parón que ha sido muy duro respecto a las ventas durante el confinamiento. Hay que tener en cuenta que sus vinos, premiados con prestigiosos galardones, están hoy en muchos restaurantes que apuestan por la excelencia. Entre ellos, algunos con Estrecha Michelin.

Con un cuarto de siglo de trayectoria axárquica y vitivinícola, Clara y André tienen un cúmulo de historias y anécdotas que contar. Desde la incredulidad de algunos de sus amigos y familiares holandeses ante su éxito a la participación de muchos de ellos en la vendimia o el embotellado. «Desde allí hoy nos piden muchos vinos», apunta la bodeguera.

Clara Verheij, metódica, dice que guarda «cuatro biblias» en las que atesora conocimientos apuntados a mano. Durante todo este tiempo, ha ido anotando en esos particulares cuadernos todo tipo de detalles sobre el proceso, tanto aciertos como errores. De estos últimos se aprende siempre más. «Sólo hay una oportunidad al año para hacer un buen vino», matiza. Y no se puede desperdiciar.

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