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En la vida, por suerte, sigue habiendo placeres que no se compran con dinero. O que se compran, pero son muy baratos. Comerse un bocadillo de lomo de La Butibamba en la playa (con su consiguiente siesta bajo la sombrilla) debería figurar en el 'top 10'. Con un producto a prueba de crisis e incluso de guerras (sobrevivió a dos: la de la Independencia y la Civil), la venta que ha regentado la familia Porras durante cinco generaciones en La Cala de Mijas encara la actual espiral inflacionista sin un ápice de preocupación. Un bocata del que comen dos personas más dos refrescos cuestan 7,80 euros. Ni el IPC más galopante puede estropear un homenaje tan asequible.
El precio, el producto y el ambiente que se respira en la venta (tragaperras tintineando, fotos de las especialidades en las paredes y tele con el volumen a tope, como mandan los cánones) no pueden ser más populares. Pero eso no ha impedido a reyes, millonarios y artistas de fama mundial apreciar las virtudes de su legendario lomo. El carácter democrático de La Butibamba es parte de la receta de su éxito y tiene que ver mucho con su origen como casa de postas a principios del siglo XIX.
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«Cuando la venta originaria se construyó, un simple chamizo, aquí no había nada: ni casas ni carretera; era todo un terrizo. Como estaba en el paso, la nombraron casa de postas oficial y expendeduría de tabaco; fue una suerte. Su actividad estaba regulada por el Gobierno y tenía la obligación de dar cobijo y alimento al viajero, viniera a la hora que viniera», cuenta el gerente actual de La Butibamba, Francisco Javier Sepúlveda, marido de la bisnieta del fundador.
El origen del nombre, según atestigua la familia, viene de los antiguos arrieros, que bebían el vino en recipientes o «botes» y utilizaban la expresión «¡Qué 'bamba' he cogido!» como sinónimo de borrachera. La función del establecimiento por aquel entonces iba más allá de la hostelera: era el punto al que llegaban las cartas dirigidas a las viviendas diseminadas por toda la zona.
La Butibamba liga su fama al lomo en manteca desde sus mismos inicios. «Era la forma de poder conservar la carne sin frío», explica Sepúlveda. Durante el siglo XIX, la venta dio de comer por igual a bandoleros y guardias civiles. Normalmente ambos no se mezclaban por la acción de los 'aguadores' (vigilantes) que formaban parte de las bandas, aunque más de una escaramuza se produjo entre sus paredes. «Cuentan que el famoso Flores Arrocha una vez se tuvo que esconder de la guardia civil en las cuadras. Se puso detrás de un burro que le mordió en la oreja y el hombre aguantó el dolor allí hasta que se fueron los guardias. Luego le pegó él un mordisco al burro, en venganza. Era una buena pieza, ese Flores Arrocha; se había echado al monte después de matar a su suegro y tres familiares más. Años después lo pillaron y lo fusilaron en Marbella», narra el gerente de la venta.
En aquellos románticos inicios del siglo XIX el famoso Tempranillo también hizo más de una parada en La Butibamba, al igual que el mismísimo rey Alfonso XIII. Durante muchos años, en el desván del restaurante se conservó la cama donde durmió el monarca una noche. «Antes de que viniera el Rey, vinieron los de su séquito a montarle la alcoba en el altillo de la casa, porque aquí no había habitaciones; los viajeros dormían donde los animales. Trajeron una cama de hierro muy bonita y después del paso de Alfonso XIII allí se quedó durante muchos meses. ¡Es que nadie se atrevía a desmontar la cama del Rey! Tuvieron que hacer gestiones con el habilitado del Gobierno para tener permiso para quitarla de enmedio», cuenta Sepúlveda. Por desgracia, en uno de los dos momentos en que se derribó la venta para volverla a construir, esa cama se perdió.
Igual que a diligencias, arrieros y bandoleros, La Butibamba también alimentó a aquellos primeros viajeros que recorrieron la Costa del Sol a mediados del siglo XX, incluido un Ernest Hemingway que, según asegura el empresario, «entraba hasta la cocina» cuando paraba camino de Ronda. Después llegó el turismo de masas y aquel enclave solitario dejó de serlo para convertirse en una de las zonas más visitadas y pobladas de la Costa del Sol. Una nueva y floreciente etapa empezaba para el histórico establecimiento. Por entonces empezó a trabajar allí su actual gerente, con sólo 13 años. Pasados los años, Sepúlveda se casaría con la hija del dueño y asumiría su gestión cuando éste falleció. Su hijo, quinta generación de la saga, se ha incorporado ya al negocio familiar después de estudiar Económicas.
La clientela actual de La Butibamba es una mezcla de vecinos de la zona, turistas nacionales y extranjeros, así como camioneros, comerciales y otros trabajadores en tránsito que paran para desayunar o comer. «En verano pueden salir 200 bocadillos al día o más», apunta Sepúlveda, que tiene en plantilla a 24 personas.
La venta presume de club de fans. «Nos conocen en toda España». Su lomo sigue siendo interclasista: en su barra o alguna de sus mesas bien se puede encontrar al golfista Miguel Ángel Jiménez, El Sevilla (cantante de los Mojinos Escozíos) o Elías Bendodo. Matías Prats, Antonio Banderas y José Tomás también se han medido frente a un bocata de La Butibamba. «Siempre recordaré cuando vino Camarón de la Isla. En la mesa de al lado había un chaval que llevaba un tatuaje con su cara; se levantó a enseñárselo y él se arrancó a cantar», cuenta el gerente.
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Paco Griñán | Málaga
Encarni Hinojosa | Málaga
Cristina Cándido y Álex Sánchez
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