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Pensó en traspasar el negocio, pero entonces, ¿qué haría con las cerca de 2.000 botellas y 500 referencias de vino que tiene? Descartado. Tenía ... que seguir. Así que Alejandro Fernández decidió dar un giro. Otro más desde que este cordobés llegó a Málaga hace algo más de ocho años, cuando puso en marcha en Martínez Maldonado el gastrobar Terral. En realidad, vuelve a sus comienzos en el Centro, adonde se mudó poco después con dos conceptos: La Taberna de Monroy y la Vinoteca de Moreno. El primero acabó absorbiendo al segundo. Y hoy, al revés. Cuestión de necesidades.
Al final, se queda en la céntrica calle, pero solo. Su mujer, Carmen, hasta ahora en la cocina, está embarazada. Eso y tener otro hijo de cuatro años les empuja a reorganizarlo todo. «Me gusta reinventarme», reconoce este inquieto cordobés que de Montilla dio el salto a Londres y de allí, a Málaga. Fue en tierras británicas donde empezó a fraguar su debilidad por el vino. Hoy es su pasión. En ella se vuelca ahora en la vinoteca. Especializado en generosos, busca una atención aún más personalizada a la que ofrecía en la taberna.
Dirección: C/ Moreno Monroy, 3 (Málaga).
Teléfono: 951 445 081.
Horario: Abierto a diario a mediodía. De jueves a sábado, también cenas.
Todo corre de su parte. Desde la cocina hasta la sala. Por ello ha reducido el aforo. El entorno de típica taberna andaluza sigue siendo el mismo. Asegura que su evolución está en la exclusividad: «Intento hacer un traje a medida de cada cliente, creando un microclima en el que se sienta a gusto». «A lo mejor te puedo poner unas habitas con huevo, jamón y tomate, y ya a partir de ahí empezar a jugar con mis vinos». Alejandro Fernández lo vive. Siempre con el epicentro en el producto y la cultura andaluza. Siente que lucha a contracorriente en este sentido. «La solera y la tradición no gustan mucho hoy en día», lamenta el restaurador, consciente de que en estos casos «se limita la facturación en favor del romanticismo»: «Hay días que he tenido sólo cuatro clientes, pero la ilusión del primer día es la misma».
De ahí que le guste definir este nuevo concepto de vinoteca como un «gastronómico distinto»: pocos comensales (máximo de 20 a 40 comensales por día), servicio personalizado, maridaje, y hasta sobremesa con puro. Cerca de medio centenar de referencias ofrece ya Fernández. «¡Me he hecho un máster!», exclama. Le gusta ser creativo, reinventarse y, sobre todo, diferenciarse. Y lo hace. Consigue alejarse del mundanal ruido en pleno Centro. Siente que tiene «más madurez y menos presión».
Apenas tiene clientela extranjera. Su público está más en los profesionales del sector y apasionados de la gastronomía y el vino. Saben a lo que van. A dejarse llevar. Porque, además del aforo, también se ha visto obligado a reducir la carta. Esto sí, hay platos intocables como su emblemático rabo de toro, el salmorejo, las alcachofas confitadas, los ibéricos marca La Dehesa de los Monteros... y otras «pinceladas según temporada», que es donde está parte de su gracia. Quiere «dar caña a los entrantes». Y entre plato y plato, sus historias. Quien no tenga tiempo de parar también puede llevarse su botella de vino sin necesidad de consumir. Como buena vinoteca.
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