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Con 69.300 habitantes, Ajaccio es la ciudad corsa más poblada y de las pocas abiertas todo el año. Vicent Boucher la eligió cuando volvió a su isla tras cocinar en destacados restaurantes parisinos. Para sortear la falta de personal, optó por un local mínimo ... que atiende con su mujer. Le Petit Restaurant, distinguido por la Guía Michelin al año de su apertura, es un canto a la despensa de la isla que los marinos griegos llamaron 'Kallisté' («la más bella»). Sus gnocchi de harina de castañas con quesos corsos (hay una gran influencia italiana en la comida y en el dialecto) y su carta de vinos insulares podrían justificar por sí mismos la travesía por carretera desde cualquier punto de una isla surcada de montañas para comer o cenar.
Córcega se quedó vacía entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Muchos de los llamados a filas se afincaron en el continente. La alternativa era vivir de la mar o del pastoreo. El uso de la harina de castaña revela la dificultad para cultivar trigo en una isla de relieves abruptos. Sin embargo, sus cítricos, el especial el antiguo cidro, del que se hacen dulces y un licor parecido al limoncello, son legendarios.
El turismo, muy estacional, tiene un desarrollo incipiente pese a constituir el motor económico de la isla, lo que da a la visita fuera de temporada un toque de aventura. En Port Century, aldea dedicada a la pesca de la langosta, solo un restaurante, Le Langoustier, abre todo el año. Su plato estrella son los lingüini con langosta. En la hermosa laguna de Aleria se crían excelentes ostras.
En Murato, al norte de la isla, Pascal Flori presume de elaborar los mejores embutidos con cerdos semisalvajes alimentados con bellotas y castañas. Un patrimonio gastronómico que no hace sombra a la joya de la corona, los quesos, siempre de leche cruda, desde el 'brocciu', requesón de oveja o cabra que fue el maná de los isleños, a los intensos bastellicacciu o sartinese. Con el brocciu se hace el fiadone, delicioso postre parecido a una quesada pero más jugoso. Sabores simples e intensos que nos retrotraen al Mediterráneo pre industrial.
La aerolínea local Air Corsica ofrece vuelos desde los principales aeropuertos franceses (el más cercano, Marsella, a 50 minutos) a los cuatro aeropuertos que marcan los puntos cardinales en la isla. También salen barcos de pasajeros desde Marsella hasta Ajaccio, pero la travesía por mar dura 12 horas. En función de la duración del viaje, conviene delimitar una zona para recorrer, porque las carreteras son estrechas, sinuosas y a menudo, vertiginosas. En verano, el tráfico puede dificultar la movilidad, por lo que la primavera (especialmente mayo, cuando la isla cobra más vida) es una época perfecta para la visita, pero tengan en cuenta que el clima es fresco y muy ventoso.
Los embutidos de Córcega son justamente famosos. Pascal Fiori ofrece degustaciones y visitas al bosque donde hozan sus cerdos semi salvajes (https://www.charcuteriepascalflori.com/). En cualquier zona que visite puede buscar algún maestro quesero. Fromagerie L ́Eternu, en Arbellara, regala al visitante con brocciu aún tibio, recién elaborado, y quesos espectaculares. En Bastia, la encantadora y decadente capital antigua de la isla, son visitas obligadas la chocolatería Grimaldi y la tienda de la destilería Mattei (https://distilleriemattei.com/), famosa por su Cap Corse, un vino aromatizado de uvas y hierbas locales.
En Ajaccio, Le Petit Restaurant (http://lepetitrestaurant.fr/) ofrece una delicada cocina con productos locales. En Aléria, Le Bounty es un chiringuito con buena cocina que ofrece las ostras y mejillones locales. Le Langoustier es el rey de la langosta de Port Century.
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