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Hasta se plantearon tirar la toalla. No podían seguir creciendo en aquel modesto local de Teatinos. Se les quedó pequeño. Por si fuera poco (o mucho), llegó la Guía Michelin España & Portugal 2023 y les incluyó entre sus restaurantes recomendados. Entonces, surgió la oportunidad en ... el Centro, y pensaron: «¿Cerramos o nos arriesgamos?». Y se arriesgaron. Parecía hecho para ellos: un espacio más amplio, sin terraza y en una zona no demasiado ajetreada.
Cristina Cánovas y Diego Aguilar se liaron la manta a la cabeza y en apenas tres semanas tomaron la decisión. Su restaurante, Palodú, echaba la persiana en la calle Carril del Capitán a finales de mayo para mudarse con la intención de abrir después del verano. Un par de meses después de lo previsto, acaba de estrenarse en la calle Sebastián Souvirón. Con «muchos nervios, ilusión y ganas».
No esconden ese vértigo que les produce empezar de nuevo. Para ellos lo es. Aunque ya lleven diez años al pie del cañón. Desde que arrancaran con un concepto de tapeo hasta ese viraje de los últimos años hacia la alta cocina. En ella se centran en esta nueva etapa, con un proyecto más ambicioso, mayor espacio, un equipo más amplio, una apuesta reforzada por la sala y la bodega, y un diseño que lleva la firma de Lago Interioriza.
En total, 200 metros cuadrados (para restaurante y almacén) y capacidad para 24 comensales distribuidos en dos salas que representan la dualidad de esta pareja acostumbrada a repartirse la cocina a partes iguales y que ahora incorpora a Sergio Camacho, que deja La Pera Gastrobar para sumarse a este equipo que crece también en sala. «Era el momento, teníamos que hacerlo. El que no arriesga no gana», advierte Diego Aguilar, con cierta inquietud por estos primeros días.
«Es verdad que ya nos conoce mucha gente, pero siempre te queda la duda de que respondan igual que hasta ahora», añade Cristina Cánovas, que te lleva por todo el local con la misma motivación de quien te enseña su casa nueva. Almacén incluido. Ocupa el sótano. Arriba las dos salas diferenciadas (blanca y oscura) y la cocina vista al fondo con un aliciente más: una pequeña barra para cuatro personas.
«Nos gusta cocinar delante de la gente y poder ver sus reacciones, y en esta además tendremos más juego», se felicita Cánovas por la amplitud del espacio y las opciones que les permitirá a la hora de cocinar. Eso se traducirá en dos menús (no hay carta): uno largo (90 euros) y uno corto (75 euros), con platos nuevos y otros evolucionados, como el jarrete o el gazpachuelo con salmonete de roca, una de sus elaboraciones más características.
Todo servido en la vajilla artesanal que lleva el sello de Conbarro, empresa ubicada en Málaga y especializada en este tipo de trabajos. «Nos ayuda a realzar los platos, incluso nos inspira a la hora de pensarlos». Aseguran los cocineros malagueños que no serán fijos. Irán cambiado según temporada. Quien se anime a probarlos ya tiene la puerta abierta tanto para almuerzos como para cenas. Salvo domingo y lunes.
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