Gabriel Olveira Fuster
Martes, 27 de octubre 2015, 23:34
A diferencia de lo que se suele pensar, el ranking de las grasas no saludables no está encabezado por las saturadas. Este dudoso honor corresponde a las Grasas Trans (GT); las únicas que tienen la mala costumbre de elevar el colesterol malo (LDL) y bajar ... el bueno (HDL). Numerosos estudios han demostrado que su consumo aumenta el riesgo cardiovascular. ¿Pero cuáles son las fuentes alimentarias de las temidas trans?
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De forma natural, se producen en el rumen de los rumiantes (vacas, ovejas, corderos) lo que conduce a la presencia de pequeñas cantidades en lácteos y carnes. No obstante, parece que las de esta fuente no serían tan perjudiciales para la salud como las que proceden de la hidrogenación industrial de los aceites vegetales. Con esta técnica se consigue convertir los aceites en grasas sólidas para la producción de alimentos (en muchas ocasiones de baja calidad nutricional) como galletas, repostería industrial, precocinados, palomitas de maíz, patatas fritas La tercera fuente de grasas trans es el calentamiento (y recalentamiento) de los aceites a altas temperaturas.
Debemos reconocer que, en los últimos años, se ha producido una mejora significativa en los procesos tecnológicos alimentarios que ha favorecido una reducción importante del aporte de grasas trans en la dieta. Un ejemplo es el de las margarinas: si en la década de los 90 contenían porcentajes muy elevados de grasas trans, hoy aportan cantidades muy bajas. Por desgracia, en sociedades menos sensibilizadas (como los países del Este o Sudamérica) se siguen comercializando margarinas con alto contenido en grasas trans.
Recientemente se ha publicado un estudio en Inglaterra que concluye que, si por ley se prohibiera totalmente el empleo de grasas trans en los alimentos procesados ¡se podrían prevenir 7.200 muertes por infarto de miocardio en los próximos 5 años! Por cierto que el descenso sería especialmente notable entre las personas más pobres, principales consumidoras de estos alimentos.
En EE UU la legislación obliga a incluir en el etiquetado de los alimentos la cantidad de este tipo de grasa. Por desgracia, en Europa esto no se contempla, lo que hace que sea difícil educar a los consumidores. En la práctica no nos queda más remedio que leer bien las etiquetas y evitar las que incluyan aceites vegetales hidrogenados.
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