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Gabriel Olveira Fuster
Lunes, 26 de octubre 2015, 20:42
Mi amigo Iñaki es delegado de una empresa y viaja mucho en coche. Como no le gusta el café, tomaba diariamente, hasta hace poco, unos dos litros de cocacola (no estoy exagerando). Cuando le comenté que se estaba metiendo entre pecho y espalda ¡1.000 ... calorías diarias¡ solo en cocacola se quedó pasmado. Para más INRI, le habían diagnosticado recientemente esteatosis hepática, es decir hígado graso, y estaba muy preocupado por su salud. Muchas personas, como mi amigo, piensan que los refrescos azucarados (mal llamados en inglés soft drinks bebidas suaves- ) tienen pocas calorías y que, prácticamente, son intercambiables con agua. Sin embargo, el consumo continuado de estas bebidas parece que podría ser un factor clave en el desarrollo de sobrepeso y obesidad, debido a su alto contenido en azúcares añadidos y su baja capacidad de generar saciedad. Por ejemplo, los niños que toman dos o más bebidas azucaradas diarias (¡que ya es beber para un niño¡) tienen el doble de riesgo de presentar obesidad que los que no lo toman. Otra de las consecuencias menos conocidas en humanos es su contribución a la generación de hígados grasos (foi-gras) en personas predispuestas. El foi-gras no es más que el hígado hipertrofiado de una oca, pato o ganso, que ha sido sobrealimentado.
En humanos, los médicos estamos observando una verdadera epidemia de esta enfermedad relacionada con hábitos dietéticos no saludables; en el caso que hoy nos ocupa, además de otros factores, el tomar demasiados azúcares disueltos en refrescos. Para colmo, si se combina con un consumo elevado de alcohol, la probabilidad de desarrollar esta enfermedad aumenta notablemente. Un experimento publicado recientemente en una prestigiosa revista me permitió reforzar los argumentos que le dí a mi amigo para que modificara sus hábitos. Los autores compararon, en personas con sobrepeso, la ingesta de cuatro tipos de bebidas: un litro de cocacola diario, frente a cantidades equivalentes de leche semidesnatada, de cocacola light o de agua. Los resultados fueron llamativos: al cabo de seis meses la toma de cocacola normal, frente al resto de opciones, producía un notable aumento de la grasa hepática, muscular y de los triglicéridos. Mi amigo Iñaki ha dejado de beber cocacola normal y se ha pasado a la light, eso sí, no renuncia a tomar una tapa de paté de foi en el bar Salinas-3 con sus amigos.
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