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Todo el mundo sabe que comer pescado es saludable y en esta columna añadiríamos que placentero. Quien más y quien menos habla de las bondades para el organismo del Omega 3, ese ácido graso poliinsaturado presente de modo natural en los pescados azules más que ... en ningún otro alimento, que lo mismo ayuda a prevenir la arterioesclerosis y las enfermedades cardiovasculares que reduce los efectos de la depresión. La verdad es que lo sabemos, pero luego no somos muy consecuentes. Desde hace diez años el consumo de pescado no deja de descender en España.
Los cambios de hábitos sociales chocan con la compra del producto en fresco y nos están alejando de aquel ranking que de modo natural liderábamos junto a los japoneses como mayores ictiófagos o comedores de pescado del mundo. En 2018 consumimos un 2,8% menos que el año anterior, en el que el descenso respecto a 2016 ya había sido de otro 3,3%. En nuestra cesta de la compra los europeos gastamos tres veces más en comprar carne que pescado.
Mientras la alta gastronomía se preocupa por un futuro 'sin producto', sin excelsos ejemplares de tallas grandes y de calidad contrastada, los científicos marinos nos demuestran que las poblaciones de peces salvajes reaccionan muy bien cada vez que se toman medidas para protegerlas y las situaciones de peligro se revierten muy rápidamente -hablamos de años, pero no muchos- hasta alcanzar los puntos de sostenibilidad de cada especie.
Aseguran que si los humanos nos pusiéramos como uno de los grandes objetivos colectivos la recuperación de la salud de los mares, para el 2050 los océanos podrían estar en las mismas condiciones que lo estuvieron antes de estas últimas cinco o seis décadas en las que hemos roto todos los equilibrios naturales.
Hasta aquí lo sabido. Lo más sorprendente es que el futuro del planeta azul va a depender literalmente de los mares. El Instituto de los Recursos Mundiales (WRI por sus siglas en inglés), una prestigiosa organización no gubernamental estadounidense dedicada a la investigación que cuenta con un equipo de más de 450 científicos, ha publicado recientemente un estudio en el que asegura que para mantener el objetivo de calentamiento global por debajo de los grados 20 celsius, la única alternativa es incrementar el consumo de proteínas provenientes del pescado y marisco.
El trabajo multidisciplinar valora parámetros muy diversos como los incrementos poblacionales globales, consumos de alimentos, las emisiones de gases de efecto invernadero o las reservas de agua dulce, por citar solo algunos, y concluye que para el año 2050 será necesario producir alimentos para entre 2.500 y 3.000 millones de personas más. Atendiendo a las diferentes tipologías de dietas del planeta y a los sistemas de producción actuales, el impacto en la atmósfera sería insostenible.
La solución no pasa por un incremento de producción vegetal, por más que ser vegetariano suene tan sostenible, porque habría que dedicar a producir vegetales 593 millones de hectáreas, casi el doble superficie de un país como la India, algo inviable porque actualmente la agricultura ya ocupa la mitad de la tierra fértil del planeta y consume más del 90% del agua dulce. Además una producción similar generaría una brecha de emisiones de gases de efecto invernadero insostenible.
Pero entonces, ¿podemos alimentar al mundo sin destruirlo? La respuesta del Instituto de Recursos Naturales es que sí, si se cumplen los siguientes objetivos estratégicos: reducir la demanda de productos agrícolas y sus emisiones de gases de efecto invernadero, generar más alimentos sin ocupar más superficie, restaurar los ecosistemas naturales y consumir más pescado y marisco. El estudio asegura que el mejor alimento para el planeta son los bivalvos de granja, mejillones y ostras fundamentalmente, puesto que son capaces de filtrar el agua y por tanto de mejorar el hábitat, eliminan las emisiones de carbono al medio ambiente y se cultivan sin necesidad de agua dulce. El resto de proteínas marinas también tienen más sentido en términos de sosteniblidad que cualquiera de las producidas en tierra.
Si bien asegura que una parte cada vez mayor del suministro de pescado provendrá de la acuicultura, confía en que la mejora de la gestión de la pesca salvaje que ya se está produciendo va a conducir a una mayor disponibilidad de este recurso, hasta el punto que el 90% de las pesquerías de mundo podrían ser sostenibles en el 2030. Todo esto sin tener en cuenta la disponibilidad de muchas especies marinas que aún no se consumen comercialmente por falta de hábito cultural y de las posibilidades del cultivo masivo de algas.
Y aquí volvemos al punto que da sentido a este artículo en un suplemento gastronómico. ¿Saben a quién le corresponde crear el hábito de consumo de nuevas especies marinas y hacer de embajadores para que el planeta tenga una oportunidad? Sí, a los cocineros. A todos nos viene a la cabeza el trabajo pionero de Ángel León, quien sigue empujando cada vez con más decisión y determinación, pero hay que convertir el empeño individual en uno colectivo. Supongo que uno trabaja con ganas cuando piensa en que lo hace para que el planeta azul tenga una oportunidad.
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