Muchos periodistas nos iniciamos en la gastronomía por afición. Para compensar la aridez de otros temas que nos tocaba cubrir, nuestros redactores jefes nos permitían ... escribir recetas o reseñas de vez en cuando. Algunos firmaban esos textos menores con seudónimos, otros ni los firmábamos. Los medios con entidad tenían su crítico de gastronomía, como los había de cine, de libros o de toros. Los críticos eran una categoría incomprendida pero respetada en la Redacción, y reverenciada y temida en la calle.
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Al crítico no se le solía discutir, porque sus consideraciones, aunque falibles como todo lo humano, estaban avaladas por la experiencia y el conocimiento. Se le suponía el criterio, y en todo caso, tenía acceso a algo para la mayoría impensable: comer a diario en restaurantes.
En algún punto alguien se dio cuenta de que la comida, algo placentero e imprescindible para mantenernos vivos, era el mejor de los negocios. Buena parte de la humanidad estaba pasando del hambre al empacho. Comer por gusto había dejado de ser excepcional. La crítica hizo hueco al periodismo gastronómico, nacido para narrar un acontecer que de pronto adquiría relevancia.
La democratización de la gastronomía no se limitó al acceso a productos, restaurantes y eventos, sino, gracias a Internet, también a medios de expresión individuales.
El aficionado sintió que, si al crítico le pagaban por ir a sitios, él, que comía de forma desinteresada, estaba en el derecho de compartir su opinión. Quien supo hacerlo con solvencia, empezó a contar para quienes tienen mucho que ganar y que perder con comentarios, rankings y calificaciones.
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En ese contexto, personas con opiniones influyentes empezaron a ejercer como consultoras de restaurantes e industria, y las agencias de comunicación entraron en el juego de crear noticias con sus clientes como protagonistas. Las voces se multiplicaron de forma exponencial. El criterio hoy tiene un especial valor, tristemente no tanto para los los profesionales de la información y la opinión (incluidos influencers, bloggers y consultores), como para el público, condenado a separar la paja del grano bajo un bombardeo incesante de titulares.
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